Mi cuerpo lo reconocía, lo anhelaba, y cada roce de sus manos era un fuego que se extendía por toda mi piel. Al principio, la sensación era extraña, casi abrumadora, pero pronto el placer se impuso a cualquier otra emoción, consumiéndome por completo. Mis gemidos comenzaron suaves, tímidos, pero pronto se transformaron en lamentos profundos de deseo, entrecortados por respiraciones que me dejaban sin aliento. Mis caderas se movían por instinto, buscando más de él, queriendo fundirme con cada movimiento, cada contacto. Su control sobre mí me hacía perderme. Sus manos firmes en mis caderas guiándome, su respiración caliente rozando mi oído, su pecho presionando el mío. Cada movimiento suyo era preciso, intenso, y me arrastraba a un ritmo que yo no podía ni quería detener. —Nora… —susurré entre jadeos, incapaz de contenerme—. Esto… se siente tan… bien… Cada palabra se mezclaba con suspiros y gemidos, sonidos que me envolv
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