El día de la audiencia final de divorcio llegó con una calma inusual, muy diferente al circo mediático que había rodeado las semanas anteriores. La sala de audiencias estaba silenciosa, libre de prensa sensacionalista; solo había observadores legales y la fría formalidad del proceso. La tormenta había pasado, dejando solo la tranquilidad de la justicia ejecutada. Gabriel Alcántara, visiblemente más delgado y quebrado, se sentó en la mesa del demandado. Su traje, alguna vez símbolo de carisma, ahora parecía colgar de su cuerpo, y sus ojos se negaban a hacer contacto visual con Alana. La derrota lo había reducido a un hombre pequeño y resentido.El Juez de Familia, un hombre serio e imperturbable, procedió a dictar la sentencia, formalizando el fin de su matrimonio. La división de bienes fue dictaminada según el acuerdo final de Alana: 50% de los bienes y, crucialmente, la anulación de la cláusula de confidencialidad que Gabriel había intentado imponer. Esto garantizaba la libertad tota
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