El estudio de Damon Kóvach era una habitación de cuero oscuro y ébano, un lugar donde el poder olía a whisky añejo y a decisiones irreversibles. Ahora mismo, sin embargo, olía a ceniza fría y a la frustración de un hombre que se sentía acorralado.Harper, estaba oficialmente a salvo bajo su techo, pero las palabras del detective Vaughn, pronunciadas más temprano, seguían resonando en los ventanales blindados del despacho:— Esta persona, el atacante no siente temor, se atrevió a arremeter contra usted en público, ¡ante la mirada de todas esas altas personalidades que estaba aquí!, piense en ese perfil, en alguien cercano, atrevido, perspicaz, que conoce sus rutinas, y sabe lo que usted usualmente bebe, ¡que no le tiene miedo a nada, con un gran sentido de la grandiosidad, la falta de empatía y a quien le gusta exhibir sus logros en público! y tal vez, usted mismo pueda hallar el atacante.Damon estaba de pie frente a los ventanales, sus manos metidas en los bolsillos del pantalón de s
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