39. II El gruñido del León
El mensaje de Logan, crudo y definitivo, eliminó la última pizca de duda. La verdad era que, ya sea por una terrible coincidencia de un recuerdo kármico, o por una realidad aterradora, Harper estaba convencida de que Damon Kóvach era malo. El expediente de István Vass era la prueba final, Damon no era solo un magnate con contactos turbios, era un criminal capaz de borrar a sus enemigos.
Harper sintió que el suelo se hundía bajo sus pies, si Damon era en verdad un homicida, nada le garantizaba que la dejaría vivir cuando ya no la necesitar. Si se quedaba en la mansión, moriría. Ella creyó.
La adrenalina se impuso al miedo. La astucia de Harper, forjada en la supervivencia forzada, se encendió. Ya no era la diseñadora de modas, era la fugitiva, la presidiaria luchando por su vida, la condenada peleando todos los días para continuar respirando, la mujer que había memorizado los horarios de las guardias en la cárcel, y más recientemente, los patrones de seguridad de la mansión, solo por la