La calma estratégica que Clara había cultivado con tanto cuidado comenzó a agrietarse con el paso de los días. La partida de Félix, en lugar de traer alivio, había creado un vacío cargado de electricidad. Cada rumor de la mansión, cada informe susurrado que Gael le llevaba a la puerta de su estudio, era un recordatorio de que él estaba ahí fuera, en la oscuridad, cazando y siendo cazado. Y cada latido de ese silencio expectante avivaba un fuego que creía haber extinguido.El miedo por su seguridad y la de los niños era real, un peso constante. Pero debajo de él, como un río subterráneo, corría una corriente de ansiedad más profunda, más vergonzosa. Era el eco de su propio cuerpo traicionándola, recordándole noches de pasión que ahora parecían pertenecer a otra vida, a otra persona.La noche del sueño había sido solo el principio. Ahora, durante el día, en medio de su fachada de serenidad, flashes de memoria la asaltaban sin piedad. La sensación de las manos de Félix en su cintura, no
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