La luz del amanecer se filtraba por las persianas de la suite de Clara, iluminando motas de polvo que danzaban en el aire quieto. Despertó con una pesadez que no era residual del sueño, sino una carga nueva, arraigada en lo más profundo de su ser. Las náuseas de la noche anterior habían cedido, pero una fatiga ósea persistía, mezclada con el regusto amargo del desencanto. Se obligó a salir de la cama, ignorando el ligero mareo. La clínica exigía su atención, y demostrarle a Félix—y a sí misma—que seguía siendo la Directora Médica, la estratega, era una necesidad vital.En el laboratorio, Anya la esperaba con los informes matutinos. La mirada de su asistente, sin embargo, no se posó en los papeles, sino en el rostro pálido de Clara.—Doctora, sus marcadores de estrés están en rojo —señaló, mostrando la tableta—. Y hay una irregularidad en sus niveles hormonales. Sería prudente un examen completo.—No es el momento —cortó Clara, tomando el informe de inventario de medicamentos—. Tenemos
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