La tregua no fue un regreso a la normalidad, porque la normalidad había sido una ficción desde el principio. Fue, en cambio, la creación de un nuevo orden, extraño y cuidadosamente negociado. Los días siguientes a la crisis fueron un tanteo constante, una redefinición de los límites en cada interacción.Clara despertaba en la misma suite, pero la puerta ya no estaba sellada. Rojas seguía apostado en el pasillo, pero su presencia ya no era la de un carcelero, sino la de un guardaespaldas asignado a un alto mando. El primer día, Clara, con una bata sobre su camisón, se detuvo frente a él.—Rojas, necesito acceso a los informes médicos de Marcos y del equipo herido —dijo, no como una petición, sino como una instrucción.Rojas, después de una pausa casi imperceptible, asintió. —Se lo solicitaré a Gael, doctora.—No —respondió ella, su voz suave pero firme. —Usted me acompaña a la enfermería. Quiero evaluarlos personalmente.Fue la primera prueba. Rojas la miró, luego asintió de nuevo, con
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