El tribunal estaba colmado de un silencio expectante. Afuera, las cámaras de los medios formaban una muralla de flashes y preguntas, pero dentro, solo el murmullo de abogados interrumpió la quietud. Era la primera audiencia pública en la que el nombre de Balmaseda y el imperio de Cross aparecían en el mismo documento judicial. Nadie quería perderse aquel enfrentamiento.Cyrus entró con paso firme, sin apartar la vista del frente. Blair lo acompañaba discretamente, sentándose en la zona destinada a los testigos, junto a Fabrizio y Ferrer. Su porte irradiaba autoridad, pero su rostro era de mármol: ni una emoción se escapaba. En contraste, Balmaseda entró segundos después, escoltado por un ejército de abogados vestidos de negro, con un aire de suficiencia que parecía desafiar a cualquiera que osara mirarlo fijamente. Su sonrisa ladeada, casi un gesto de burla, ya era su primera provocación.El juez principal, un hombre de voz grave y modales austeros, golpeó la mesa con el mazo.—Queda
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