El distrito financiero latía como un corazón de acero y cristal. Desde el piso cuarenta y ocho de la torre principal de Cross Corp, la ciudad parecía un tablero en miniatura, iluminado por el sol que caía sobre los rascacielos. Allí, entre muros de vidrio y mármol pulido, Cyrus sostenía su imperio con la frialdad de quien sabe que cada decisión es un arma.La oficina era un reflejo de él: minimalista, impecable, calculada hasta el último detalle. Un escritorio de caoba oscura, dos sillones de piel, una barra con botellas exclusivas, y detrás de todo, la vista que dominaba la urbe como un recordatorio constante de su poder.Cyrus estaba de pie junto a la ventana, con las manos a la espalda, observando el ir y venir de los autos en las avenidas. Su mente, sin embargo, no estaba en los números ni en los contratos que aguardaban sobre el escritorio. Estaba en Blair. En su sonrisa de la noche anterior, tan medida, tan ensayada, tan perfecta que resultaba sospechosa.
Ler mais
Capítulo 46.- Fuego bajo control.
La oficina de Cyrus siempre imponía respeto. Altos ventanales daban vista al corazón de la ciudad, donde las luces parpadeaban como un enjambre en constante movimiento. El mobiliario, sobrio y elegante, era más un recordatorio de poder que de comodidad. Aquella noche, el silencio pesaba más que cualquier discurso.Roldán entró sin titubear. Vestía con esa sobriedad impecable que tanto lo caracterizaba: traje oscuro, corbata ajustada, expresión impasible. Cerró la puerta tras de sí y, por un instante, el clic del cerrojo pareció anunciar el inicio de un duelo silencioso.—Me llamaste con urgencia —dijo Roldán, con voz grave pero serena, como quien se adelanta a desarmar el ambiente—. ¿Se trata de los nuevos contratos en la zona portuaria?Cyrus lo observó desde detrás del escritorio, recostado levemente contra el respaldo de cuero. No respondió de inmediato. Lo dejó sentir la espera, el peso de cada segundo. Sus ojos, oscuros y afilados, parecían examinarlo
Ler mais
Capítulo 47.- Bajo la tormenta.
La lluvia caía sobre la ciudad como si el cielo mismo quisiera lavar sus pecados. Desde los ventanales del penthouse, los relámpagos iluminaban la silueta de los rascacielos, y el murmullo constante de las gotas contra el vidrio se mezclaba con el silencio cargado que llenaba la habitación.Cyrus entró con pasos firmes, sin molestarse en quitarse el abrigo ni soltar la copa de whisky que sostenía en la mano. Sus ojos, oscuros y encendidos, no buscaban el horizonte de la ciudad, sino la figura que lo esperaba junto al ventanal: Blair, con el cabello suelto cayéndole sobre los hombros, los brazos cruzados, como si supiera que esa noche no habría tregua.Él cerró la puerta con un golpe seco.—¿Desde cuándo hablas con Roldán a espaldas mías? —su voz salió baja, grave, como un trueno contenido.Blair no se movió. No parpadeó siquiera.—No lo busqué. Él me encontró. Y lo sabes —respondió, firme, aunque sus manos apretaban más de lo que debía lo
Ler mais
Capítulo 48.- Sala de juntas.
El eco de los tacones de Blair resonaba con precisión sobre el mármol del piso, cada paso firme, calculado, como quien avanza hacia una batalla ineludible. La empresa aún olía a humo, a documentos recién impresos y a la ansiedad de los empleados que evitaban cruzarse con ella en los pasillos. Sabían que algo iba a suceder. Todos lo sentían, porque la tensión era tan densa que podía cortarse con una navaja.La sala de juntas estaba en el último piso. Una puerta de vidrio templado la separaba del corredor, y más allá se extendía la larga mesa de caoba rodeada de sillas de respaldo alto, un espacio diseñado para imponer respeto, para encerrar voces y convertirlas en decretos. Allí la esperaba Roldán.Cuando Blair empujó la puerta, lo encontró sentado en la cabecera, la luz del ventanal detrás de él proyectando su silueta como la de un juez implacable. No se levantó para recibirla, tampoco esbozó cortesía. Simplemente alzó la mirada y dejó que una media sonrisa se dibujara en su rostro.—
Ler mais
Capítulo 49.- Los planes de Roldán.
El silencio reinaba en la sala de juntas después de que Blair saliera. Roldán permaneció de pie, con la mirada clavada en la puerta cerrada, los dedos tamborileando contra el borde de la mesa. Aquella mujer, esa maldita mujer, había logrado lo que nadie en años: arrinconarlo.No porque los documentos que llevaba fueran suficientes para hundirlo de inmediato, sino porque su mera existencia significaba una grieta. Y él sabía que en el mundo de los magnates, una grieta podía convertirse en un derrumbe si no se sellaba rápido.Roldán respiró hondo, caminó hacia el ventanal y observó la ciudad que se extendía bajo sus pies. Torres de acero, luces encendidas, el bullicio incesante. Todo aquello era suyo, o al menos, debía seguir siéndolo. Era una de las sociedades que tanto le había costado obtener con Cyrus y así debía de seguir.—Estúpida muchacha —murmuró entre dientes—. No tienes idea de lo que acabas de desatar.Tomó su celular del bolsillo y marcó un número corto, directo, sin titubea
Ler mais