FLEUREEstoy frente a la puerta de Samuel, con el índice temblando sobre el picaporte. Mi corazón late tan fuerte que temo que se escuche a través de la gruesa madera. Cada pulso resuena como un tambor de guerra en mi pecho. Quisiera retroceder, huir, esconderme. Pero una fuerza invisible me lo impide.Toco suavemente, casi en silencio. No un grito, no un aullido. Solo un susurro frágil que traiciona mi duda.— Fleure, entra.Su voz es calma, dulce, pero lleva esa calidez reconfortante que siempre me ha hecho creer que aquí podía sanar.Abro la puerta lentamente, mis manos húmedas traicionan mi inquietud. Samuel está allí, sentado en su sillón, con el rostro serio y la mirada atenta. Me espera, paciente, como si supiera todo lo que estoy a punto de decirle, o quizás todo lo que callo.Yo me siento como una niña atrapada en falta, temblorosa, frágil, y, sin embargo, es él quien debe entender.— Lo siento, murmura, antes de que pudiera abrir la boca.Sacudo la cabeza con suavidad.— No
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