AaronReanudo con una intensidad desbordante, cada gesto dictado por la posesión, la ira y el deseo. Los golpes, los gemidos, los alaridos llenan la habitación, una sinfonía de carne y fuego. Ella se arquea, grita, suplica, y yo respondo a cada llamado con una salvajería calculada.Mis manos se hunden en su cabello, la tiro hacia mí, muerdo su nuca, su hombro, y cada movimiento se convierte en una mordida, una marca invisible. Ella gime cada vez más fuerte, gritando tanto de dolor como de placer, y nunca reduzco la velocidad.— Sí… más… no… puedo más…— ¿Crees que conoces tus límites? gruño. No soy yo quien decide tus límites… soy yo quien decide todo.La empujo de nuevo sobre la cama, mis manos recorren cada hendidura, cada curva. Ella sabe que pago por esto, que cada movimiento, cada grito tiene un precio. Sabe que nada es real. Y, sin embargo, esta crueldad, esta frialdad calculada, la hace arder más intensamente. Ella gime, suplica, y yo respondo con embestidas entrecortadas, salv
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