FLEURE
Cierro la puerta del edificio como se cierra un recuerdo demasiado pesado.
El aliento entrecortado. Las manos temblorosas.
He corrido sin pensar, sin plan, sin dirección.
He ido a donde mis pasos me conocen de memoria.
Mi oficina. Mi refugio. Mi celda.
Cierro con llave detrás de mí. Triple vuelta. Como si esa ridícula cerradura pudiera detener las miradas que ya me atraviesan.
Tiro mi bolso. Mi abrigo. Mi teléfono, también, que sigue vibrando, vibrando, vibrando.
Twitter. Instagram. Mensajes. Llamadas perdidas.
Mi foto besándolo o más bien, dejándome besar.
La versión pública. La que conviene. La que me condena.
Me desplomo en el sillón. Aprieto los reposabrazos. Lucho contra la náusea.
Y entonces, oigo la llave girar.
— ¿Fleure?
Maëlys.
No respondo. Pero ella entra.
Primero no dice nada. Mira.
Y la siento derrumbarse.
— ¿Quieres té o que queme internet? pregunta con esa ternura rabiosa que siempre me salva.
— Las dos, susurro.
Ella deja su bolso. Se acerca. Y me abraza.
No llo