La casa de los Colmenarez estaba envuelta en un silencio profundo, apenas interrumpido por el tic-tac pausado del viejo reloj de pared y el murmullo del viento colándose por las ventanas. En la habitación principal, Enzo descansaba sobre la cama, respirando con dificultad. Su semblante, aunque sereno, reflejaba el desgaste de los últimos días. A su lado, Ángela lo observaba en silencio, acariciando su mano con ternura.Rubén, sentado junto a la cabecera, lo miraba con el corazón encogido.—Parece que por fin está dormido —susurró.Ángela asintió despacio, sin soltar la mano de su esposo.—Sí, hijo. Por suerte, el medicamento hizo efecto. Ahora tú deberías descansar un poco.Rubén la miró con un gesto cansado.—No quiero dejarte sola, mamá.—Estoy bien —respondió ella con una leve sonrisa—. No te preocupes por mí. Si algo pasa, te aviso de inmediato.Él dudó unos segundos antes de levantarse.—Está bien, mamá. Pero prométeme que me llamarás si se siente mal.—Te lo prometo, hijo. Ve, d
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