El viernes, después de aceptar el desafío de Dumas, me sentí una mujer diferente. Una mujer que ya no se escondía, una mujer que ya no temía. El miedo a Lucas, que antes me había paralizado, ahora era un recuerdo lejano. La promesa de Dumas de que no me decepcionaría, de que me ayudaría a salir de la tormenta, se sentía como un escudo, una protección contra el mundo.Mi mente se llenó de ideas. La ropa, los bocetos, los diseños. Todo parecía fluir con una facilidad que me asombró. Me senté en mi mesa, y empecé a dibujar, mis manos se movían con una velocidad y una gracia que me asombró. La tela, el hilo, la aguja. Todo se sentía como una extensión de mi cuerpo. El sonido de la máquina de coser, que antes me había parecido un sonido aburrido, ahora me parecía una sinfonía, una sinfonía de mi propia creación. El teléfono sonó, y miré el número. Era Dumas. Mi corazón dio un brinco. Dudé por un segundo, y luego respondí.—Dumas, ¿qué pasa?—dije, mientras acomodaba mis bocetos.—Aina, ¿est
Leer más