Capítulo 7 Dormí a medias. No por ruido, sino por la frase de mi papá flotando sobre la casa como una lámpara que nadie apaga: “Valeria no tiene elección.” No la gritó y, aun así, me taladró. Cada vez que cambié de postura, volvió. Cuando sonó la alarma sentí los ojos arenosos y la cabeza como si me hubieran puesto una banda muy apretada. Fui al baño, me mojé la cara y me quedé un segundo frente al espejo. Ojeras, boca apretada, el pelo recogido a medias. Abrí el cajón y saqué la ecografía. La sostuve un instante con las dos manos, como si fuera una carta que todavía no sé cómo leer. No pensé mucho: respiré, la guardé en el bolsillo interno de la chaqueta y bajé a la cocina. Mi mamá ya estaba sentada, muy derecha, manos unidas sobre el mantel. Al verme, señaló la silla de enfrente. —Siéntate, Vale. Me senté. Ella acomodó una servilleta que ya estaba perfecta, como si enderezar una esquina pudiera enderezar el día. —No tenemos por qué convertir esto en un escándalo —dijo, despacio
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