Capítulo 9

Capítulo 9

El área de Marca estaba medio patas arriba porque en la tarde montaban displays nuevos para recepción. Entonces Carolina me pidió pasar “un minuto” por allá para verificar que el folleto legal no se hubiera desconfigurado. Apenas llegué, vi el logo corrido un milímetro a la izquierda y la tipografía más fina de lo aprobado. Por eso levanté la mano.

—Chicos, si lo dejamos así, el margen se pierde —avisé.

—Voy —dijo Andrés, con la guía Pantone al cuello y un cutter en la mano—. Así nadie sufre.

Se inclinó, midió con regla, movió el cuadro un milímetro y guardó.

—Listo —dijo—. Ahora sí quedó centrado; margen a doce milímetros por lado. ¿Así está bien?

—Sí, gracias —respondí—. Después te envío el P*F con los numerales actualizados.

—Pásalo —asintió—. Mientras tanto, peleo con la guillotina.

Volví a mi cubículo porque Daniel quería a las tres la versión final del anexo de plazos. Así que abrí el archivo y dejé los términos claros: “hasta diez (10) días hábiles, inclusive”. Luego Sofía se asomó con dos panes de yuca envueltos en servilleta.

—Merienda técnica —dijo—. ¿Cómo vas?

—Voy bien la verdad —respondí—. Y Andrés salvó el logo antes de que explotara medio piso.

—Obvio —se rió—. Para eso lo trajeron al planeta.

Nos comimos el pan de yuca de pie mientras le pasaba un resumen del contrato para “prueba Sofía de sentido común”. Después ella se llevó dos hojas para cazar comas asesinas y yo me concentré en los plazos.

A la una, Carolina llegó con su lista:

—Vale, además del anexo, Legal pide una nota al pie sobre penalidad escalonada. ¿La sumas?

—Sí —respondí—. Entonces cítame la resolución que usan.

—Te la mando ya —dijo, tecleando.

Mientras tanto, en Marca sonaba el cutter contra la base como metrónomo. Por eso me asomé otra vez: Andrés sujetaba la regla y, con cada corte, decía bajito “derecho”.

—Si hablas, cortas peor —lo molesté.

—Si no hablo, me tenso —respondió—. Así me sale recto.

—Toma agua —le dejé mi botella—. Después me la devuelves.

—Hecho.

Volví a la silla y terminé el anexo. A las 2:47 lo envié con asunto limpio (sin “final_final_final_def”). Enseguida Daniel respondió “recibido / nos vemos a las 3:00”. Su puntualidad me ordena el pulso.

A las tres, la sala de vidrio estaba fría. Daniel abrió con dos frases y me cedió la palabra. Entonces expliqué la penalidad escalonada con un ejemplo concreto; Legal asintió, Moore intentó mover un número, y Daniel preguntó qué ganábamos con eso. Como no ganábamos nada, quedó como propusimos. Cerramos en veinte minutos.

—Gracias, Valeria. Bien hecho —dijo Daniel al salir.

—Con gusto —respondí, guardándome ese “bien hecho” como moneda liviana.

De regreso al piso, me crucé con Andrés que traía un tubo de gigantografía medio suelto.

—¿Te sujeto? —pregunté.

—Sí —dijo—. Porque si se cae, me auto-despido.

Le sostuve el tubo mientras aseguraba la tapa.

—Listo. Ahora sí llega vivo a recepción.

—Eres mi salvavidas de oficina —bromeó.

—Y tú, mi enderezador oficial —le guiñé—. Después te paso el folleto de usuarios; quiero que suene claro, no frío.

—Pásalo. Además, me sirve practicar ojo.

Volví al cubículo y abrí el correo del laboratorio: “Resultados disponibles en 48 horas”. Entonces hice lo que me viene salvando: lista corta en la libreta azul. “1) Anexo enviado. 2) Ficha usuarios: tono claro. 3) Laboratorio: jueves. 4) Agua.”

A media tarde, Sofía dejó dos chocolates mini.

—Medicina —dijo—. Y el anexo te quedó limpio.

—Gracias —respondí—. Después te paso el folleto para una última lectura.

Tomás asomó la cabeza para pedir un “golpecito de puerta vieja” en la máquina de hielo; entonces le arreglé el atasco y él me firmó una galleta de chocolate “a futuro”.

Ya cerca de las seis, guardé todo y bajé con Sofía. En el lobby, recepción lucía el display montado: logo centrado, tipografías con peso justo, nada chillaba. Por eso me quedé un segundo mirando, como quien comprueba que el día se alinea por decisiones pequeñas.

—Andrés —dije en voz baja, casi para mí.

—Equipo —corrigió Sofía.

—Equipo —repetí.

Afuera, el cielo tenía un borde rosa. Entonces mandé el mensaje que quería sin dramatismos:

Yo: Hola, Andrés. ¿Mañana me ayudas a revisar el folleto de usuarios? Quiero bajar el “tono hospital”.

Andrés: De una. A las 10:15 paso. Llevo ojo y regla.

Yo: Llevo agua. Gracias.

Guardé el celular porque no necesitaba más. Luego miré el display otra vez y pensé que de eso se trata ahora: alinear. Un milímetro, nada épico, pero suficiente para que las cosas respiren.

Al llegar a casa, la tele estaba en noticias con volumen bajo y mi papá olía a colonia de las seis. Así que me lavé las manos y me puse a picar tomate al lado de mi mamá.

—¿Alcanzas a cenar mañana? —preguntó, sin levantar la vista.

—Sí —respondí—. Además, tengo que pasar por el laboratorio en la tarde o el jueves temprano.

—Te acompaño si quieres —ofreció—. Si no, me avisas cuando salgas.

—Te aviso —dije—. Gracias.

Cenamos sencillo. Después, subí al cuarto, abrí la libreta azul y anoté: “Hoy el logo quedó centrado y yo también”. Debajo, una lista breve para no perder foco: Sofía (pan de yuca y ojos atentos), Daniel (pedir claridad), Carolina (tic-tac que sirve), Andrés (alinear sin ruido), mamá (acompañar sin empujar). Con eso, cerré.

Antes de dormir, apoyé la mano en el vientre. No tengo respuestas nuevas; sin embargo, el mapa está más nítido. Y por eso, cuando el corazón se acelera, vuelvo a esta idea simple: si alineo lo pequeño, puedo sostener lo grande. Al final, apagué la luz con una palabra que me alcanzó para hoy: calma.

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