El precio de una noche
El precio de una noche
Por: Marisancar
Capítulo 1

Mi corazón latía con violencia, como si quisiera escapar de mi pecho.

El temblor de mis manos era tan intenso que apenas podía sostener el pomo de la puerta.

Cada respiración me quemaba los pulmones, cortada, irregular.

Podía dar media vuelta, huir y fingir que nada de esto existía. Todavía estaba a tiempo de desaparecer, de ser libre.

Pero no. Tenía que enfrentar la realidad, por más cruel que fuera. Por eso pedí esta cita. No confiaba en esas dos líneas rosas que me habían quitado el sueño; las pruebas caseras podían fallar… ¿cierto? Esa mínima esperanza era lo único que me mantenía en pie.

Inspiré hondo, intentando controlar el mareo. El simple recuerdo de que podía estar embarazada avivaba las náuseas, un asco que subía por mi garganta como una ola imparable.

Era ahora o nunca.

Abrí la puerta y avancé hacia la recepción. Cada paso me pesaba como si caminara con cadenas atadas a los tobillos.

—Buenos días —me saludó la recepcionista con una sonrisa.

—B-buenos días —contesté, mi voz apenas un murmullo.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Tengo una cita… para hoy.

—¿Nombre?

—Valeria Klein.

Ella tecleó unos segundos antes de indicarme que tomara asiento en la sala de espera.

Me dejé caer en la silla, rígida, con las manos apretadas en el regazo. Intenté distraerme con las revistas apiladas sobre la mesa, pero las letras bailaban frente a mis ojos. Mi mirada terminó vagando por la sala: madres jóvenes acariciándose el vientre, adolescentes acompañadas de sus padres, mujeres sonrientes que parecían seguras de su destino.

El miedo me mordió el pecho con fuerza.

¿Qué pasará si realmente estoy embarazada?

¿Dejaré de ser yo para convertirme en una sombra detrás de un vientre abultado?

¿Cómo voy a enfrentar a mis padres, a mis amigos?

¿Cómo sigo estudiando?

No. No podía estar embarazada. No a los veinte. No ahora. Tenía sueños, un futuro, una vida apenas comenzando. Sí, quería hijos algún día… pero no con él, no así, no de esta forma tan miserable.

Un sudor frío me recorrió la frente. El recuerdo de aquella noche se coló sin permiso: la música fuerte, el alcohol adormeciendo mi juicio, las risas, el calor. Yo, queriendo encajar, queriendo sentirme parte de algo. Y luego él. Apenas imágenes sueltas, una sombra borrosa. Ni siquiera estaba segura de los detalles.

La culpa me envolvió como una serpiente apretándome el cuello. ¿Cómo pude ser tan ingenua? ¿Cómo me dejé arrastrar?

—Señorita Klein —me llamó la recepcionista.

Me levanté de golpe, el corazón desbocado.

—Consultorio tres. La doctora la atenderá enseguida.

Asentí y caminé como si flotara, sin sentir del todo mis piernas. Al entrar, noté que el consultorio era sobrio, pero las fotos de bebés en las paredes me atravesaron como cuchillos. Estaban en todas partes. ¿O era mi mente que los multiplicaba?

La puerta se abrió y entró una mujer de porte tranquilo, cabello castaño recogido en un moño bajo.

—Buenos días, señorita Klein. Soy la doctora Elisa Morgan —se presentó con voz suave mientras me estrechaba la mano.

—Buen día —logré murmurar.

Se sentó frente al computador, revisó unos datos y me miró.

—¿Qué la trae por aquí?

Mi boca se cerró de golpe. Tragué saliva. El miedo me paralizaba.

—¿Está todo bien? —preguntó con paciencia, inclinándose un poco hacia mí.

—Creo que… estoy embarazada —susurré, con la mirada clavada en mis zapatos.

Sentí las lágrimas presionando mis ojos. Decirlo en voz alta lo hacía más real, como si hubiera invocado un destino que ya no podía cambiar.

La doctora asintió con calma.

—Vamos a confirmarlo. Acuéstese en el diván, haremos una ecografía.

Me levanté como en un trance. Me recosté en el diván, levanté la blusa y un escalofrío me recorrió cuando el gel frío tocó mi piel.

El zumbido de la máquina me hizo estremecer.

Mi corazón golpeaba con tanta fuerza que pensé que la doctora podría escucharlo.

No quise mirar la pantalla. Tenía miedo de que ese vacío negro se llenara con la forma de una vida creciendo dentro de mí.

Minutos eternos pasaron en silencio, hasta que noté cómo la expresión de la doctora cambiaba. La sonrisa inicial se desvaneció, reemplazada por una seriedad que me heló la sangre.

En ese instante lo supe.

Mi peor miedo se había hecho realidad.

Caminé por la calle bajo la lluvia torrencial. Estaba empapada, pero no me importaba. Mis pensamientos giraban sin cesar alrededor de aquella frase que había destrozado todas mis esperanzas:

—Señorita Klein, lo siento. No sé cómo decírselo, pero está embarazada.

Mi vida, mi futuro, mis sueños… todo se desvanecía. Lo había arruinado. ¿Cómo se lo explicaría a mis padres? Ellos nunca lo entenderían. Siempre fueron demasiado estrictos conmigo. Para protegerme, me prohibieron demasiadas cosas, tratando de evitar que fuera como las demás chicas. Pero en su afán de cuidarme, lo único que lograron fue encerrarme.

Ese encierro fue lo que me llevó a rebelarme. Por eso, aquella noche decidí ir a la fiesta. Necesitaba escapar, aunque fuera por un momento. No quería seguir viviendo como un pájaro enjaulado, con las alas atadas, sin la posibilidad de volar. El anhelo de libertad me había consumido.

Flashback

—No puedo, Sofía. ¿No lo entiendes? Si mis padres se enteran de que voy a una fiesta con mis compañeros, me matarán —dije, molesta, mientras picoteaba mi almuerzo en el comedor universitario.

—Anda ya, Valeria. No puedes vivir encerrada toda la vida. Tienes veinte años, ¡y apenas empezaste tus prácticas! Solo es una fiesta de bienvenida en la empresa, no un burdel —replicó con fastidio, rodando los ojos.

—No es posible, Sofía. Mis padres confían en mí. Ve y diviértete —contesté bajando la mirada.

La decepción se reflejó en su rostro como un vidrio que se agrieta lentamente.

—Está bien, me rindo. Pero algún día vendrás conmigo a celebrar, ¿me oíste?

—Entendido, señorita —bromeé, saludándola con exagerada formalidad.

Ella alzó la cabeza con gesto altivo y no pudo evitar reírse. Yo terminé contagiándome.

**

Esa tarde, ya en las oficinas de Morgan Industries, trataba de organizar mis documentos mientras caminaba hacia la sala de reuniones. Revolvía mi bolso desesperada, buscando mi celular.

—¡Ay, ¡dónde estás! —murmuré, frustrada.

No vi venir el golpe. Choqué de frente con alguien y perdí el equilibrio. Mis papeles volaron y ambos terminamos en el suelo.

—¡Dios mío, lo siento mucho! —me disculpé sin atreverme a mirarlo, poniéndome de pie de inmediato, completamente avergonzada.

—No, fue mi culpa. Perdona —respondió una voz masculina, grave y segura.

Levanté la vista y me quedé paralizada. Ojalá no lo hubiera hecho, porque su imagen me golpeó como un rayo.

Frente a mí estaba el hombre más guapo que había visto jamás. Sus ojos claros resaltaban bajo el cabello oscuro perfectamente arreglado. Su porte era impecable, elegante, con esa seguridad que imponía respeto. No parecía un simple empleado.

—N-no hay problema —balbuceé, agachándome a recoger mis papeles.

Él se inclinó antes que yo y los recogió con calma. Los acomodó en una carpeta y me los entregó con una sonrisa educada.

Por un instante, sentí que estaba dentro de una de esas películas románticas de oficina: el tropiezo, las miradas, el nerviosismo. ¿Así empezaban las historias que cambiaban una vida?

—Gracias —dije otra vez, intentando sonar tranquila aunque mis manos temblaban.

—De nada —respondió él, sonriendo de una manera que lo hacía aún más atractivo.

Me quedé mirándolo unos segundos, hasta que el reloj de la pared me recordó que debía llegar a la reunión.

—Yo… eh… debo irme —murmuré torpemente, pasando junto a él.

Genial, Valeria, pensé. Probablemente ahora cree que eres la becaria más torpe del planeta.

—Por cierto… me llamo Daniel —me dijo de repente, alzando la voz con un dejo de interés.

Sorprendida, me giré. Su sonrisa aún brillaba, tranquila y segura.

—Valeria —respondí con timidez antes de escapar hacia la sala.

Llegué justo a tiempo y me senté en silencio, pero durante toda la reunión mis pensamientos giraron únicamente en torno a él.

Fin del flashback

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