Presente
Una lágrima tras otra brotó de mis ojos. Los recuerdos reavivaron las heridas más profundas, esas que nunca habían sanado.
Lo he perdido todo. Absolutamente todo. Nadie puede ayudarme.
Destruida. Rota. Quebrada.
Así es como me siento.
Las heridas de aquella noche me habían seguido desde entonces, y ahora se abrían otra vez con brutalidad. La culpa me devoraba, el arrepentimiento era insoportable.
Quería olvidarlo.
Quería borrarlo de mi memoria.
Quería fingir que nunca había ocurrido.
Pero la realidad era cruel.
Ahora también estaba embarazada de su hijo.
Me odiaba por ello.
El sonido de mi teléfono me arrancó del abismo. El nombre de Sofía apareció en la pantalla. Dudé en contestar; no quería que escuchara mi voz quebrada. Pero me di cuenta de que, aparte de ella, no tenía a nadie.
—¡Por fin, cariño! ¿Dónde estás? Hoy no fuiste a la oficina, estaba preocupada —su voz sonaba entre enfado y angustia.
—Yo… yo fui al médico —murmuré.
El temblor en mi voz la alertó de inmediato.
—Vale, ¿qué te pasa? No me suenas bien… —preguntó, con la respiración agitada.
Las lágrimas me vencieron. Sollozos desgarrados salieron de mi garganta.
—¡Valeria! ¿Dónde estás? Voy a buscarte ya mismo.
—En el parque… —alcancé a decir entre hipidos.
—Espera ahí —ordenó, y colgó sin darme tiempo a responder.
¿Qué hice para merecer un ángel así? Sofía siempre estuvo conmigo, en las buenas y en las peores. Pero esta vez ni siquiera ella podría salvarme. No había solución.
Minutos después la escuché llamarme desde lejos. Me levanté, y al verme corrió hacia mí. Me abrazó con fuerza, como si intentara contener mis pedazos rotos. Lloré en su hombro, mojando su blusa con mis lágrimas. Ella me acarició el cabello, me besó en la mejilla, sin decir palabra. A veces, el silencio era más poderoso que cualquier frase de consuelo.
Cuando logré calmarme, nos sentamos en un banco. Ella me tomó la mano, sus ojos fijos en los míos.
—Vale… ¿qué pasa? —su voz temblaba entre preocupación y miedo.
Respiré hondo.
—Estoy embarazada —susurré, bajando la mirada.
Las lágrimas volvieron de inmediato.
—Mi vida se acabó, Sofía. Lo arruiné todo. Mi futuro, mis padres, mi dignidad. ¿Cómo voy a mirarles a los ojos? ¿Cómo se los voy a decir? No puedo, no puedo…
El rostro de Sofía se puso blanco como la tiza. Me miraba como si no reconociera a la persona frente a ella.
—¿Em… embarazada? ¿Cómo? ¿Cuándo? —sacudió la cabeza, incrédula—. ¡No, no, no, Vale! ¡Esto no puede ser! —Su voz se quebró, luego se endureció—. ¿De quién?
Tragué saliva. El momento que había temido había llegado.
—Daniel —murmuré.
El silencio que siguió fue insoportable. El nombre quedó suspendido entre nosotras como una bomba a punto de estallar.
Sofía parpadeó varias veces, como si no hubiera escuchado bien.
—¿Daniel…? ¿El de la empresa? —su voz se tornó filosa, cargada de incredulidad—. No… no me jodas, Vale. ¡¿El CEO?!
Bajé la cabeza.
—Dios mío… —sus manos volaron a su rostro, como si quisiera ocultar la magnitud de lo que había oído.
Me miró con una mezcla de furia y espanto.
—¿Eres consciente de lo que esto significa? ¿De lo que hiciste?
Cada palabra era un golpe. Pero lo peor era que tenía razón.
Me llevé las manos al vientre, como si pudiera proteger al secreto que ya no podía negar.
—No sé qué hacer, Sofi. No sé cómo salir de esto.
Ella me sostuvo la mirada, su respiración entrecortada. Y por primera vez, no supe si podía confiar en que tendría una respuesta.
Flashback
El amanecer entraba tímido por las cortinas cuando abrí los ojos. Lo primero que sentí fue el peso de un brazo fuerte sobre mi cintura. Tardé unos segundos en reaccionar. La habitación no era la mía. El aire olía a él, a su perfume elegante, a la mezcla de whisky y deseo que todavía flotaba en el ambiente.
Me giré con el corazón acelerado. Daniel yacía a mi lado, todavía dormido, con el gesto relajado. Por un instante, quise creer que todo había sido un sueño. Pero entonces mis ojos se posaron en la ropa tirada por el suelo, en mi vestido arrugado a los pies de la cama, y la verdad me golpeó como un puñal.
La noche anterior había pasado de verdad.
Un escalofrío me recorrió la piel. La mezcla de euforia, culpa y miedo me arrancó lágrimas silenciosas. Quise cubrirme con la sábana, esconderme, desaparecer.
Me moví con torpeza y, al hacerlo, Daniel abrió los ojos. La sorpresa cruzó su rostro de inmediato.
—¿Valeria…? —su voz era ronca, incrédula, como si él también tardara en asimilarlo.
Me aparté de golpe, recogiendo mi ropa del suelo. La vergüenza me quemaba la piel.
—Esto no debió pasar… —susurré, temblando.
Él se incorporó, pasándose una mano por el cabello. Estaba nervioso, eso era evidente, aunque intentaba ocultarlo bajo esa máscara de control que parecía tan natural en él.
—Tienes razón —dijo, con la voz tensa—. Esto no puede volver a pasar.
Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones. Lo miré, con los ojos empañados de lágrimas.
—¿Qué… qué quieres decir?Él apartó la mirada, como si las paredes fueran más fáciles de enfrentar que yo.
—Soy el CEO de Morgan Industries. —Las palabras cayeron como un balde de agua helada—. No puedo… no debo involucrarme con ninguna de mis empleadas. Y tú, Valeria… eres practicante.El suelo pareció abrirse bajo mis pies.
—¿Qué…? —apenas pude murmurar. La cabeza me daba vueltas. Lo había creído un ejecutivo más, alguien con un puesto intermedio, nada más. Nunca imaginé que él fuera el hombre que dirigía toda la compañía.El mismo hombre con el que había pasado la noche.
Me llevé una mano a la boca para ahogar un sollozo. La vergüenza, la rabia y la confusión se mezclaban en mi pecho.
—¿Entonces… para ti fue solo un error? ¿Una distracción? —pregunté con la voz rota.
Daniel me miró, y por un instante creí ver duda en sus ojos, un destello de lo que realmente sentía. Pero enseguida se endureció.
—Fue una equivocación. Y tenemos que olvidarlo.Sus palabras me atravesaron como mil cuchillos. Dolían más que cualquier rechazo, porque sabía que estaba mintiendo. Había pasión, había deseo, había algo más. Pero él lo estaba enterrando bajo la fría etiqueta de “error”.
La ira me invadió. Lo abofeteé con todas mis fuerzas, las lágrimas cayendo sin control.
—¡Maldito seas! —grité, con la voz quebrada—. ¡No vuelvas a acercarte a mí!Me cubrí con la ropa, abrí la puerta y salí corriendo del apartamento.
Solo quería huir.
Huir de él. Huir de mí misma. Huir de una verdad que me perseguiría para siempre.Lo que no sabía entonces era que escapar sería imposible. Porque aquello no había terminado: apenas estaba comenzando.