Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 5: La Confesión bajo la Lluvia y la Decisión
Una lágrima tras otra brotó de mis ojos. Los recuerdos reavivaron las heridas más profundas, esas que nunca habían sanado. La humillación de Daniel, el desprecio silencioso en su mirada al amanecer, la sentencia que había caído sobre mi cuerpo. Lo he perdido todo. Absolutamente todo. La lluvia caía con violencia en el parque, el agua mezclándose con el torrente de mi rostro. El frío no era más intenso que el vacío que se había instalado en mi pecho desde que Daniel, el dueño de Morgan Industries, me había despachado con la frialdad de un ejecutivo que resuelve un error logístico. —Tienes que irte, Valeria. La empresa, mi posición, mis responsabilidades... son prioridades. Su voz, profesional y distante, resonaba más fuerte que el trueno. No fui una amante; fui una distracción, un secreto que debía ser erradicado antes de que comprometiera su próxima "fusión" o su "contrato Moore". Destruida. Rota. Quebrada. Así es como me sentía. Las heridas de aquella noche y el amanecer con el CEO se abrían otra vez con brutalidad. La culpa me devoraba, el arrepentimiento era insoportable. Quería olvidarlo. Quería borrarlo de mi memoria. Quería fingir que nunca había ocurrido. Pero la realidad era cruel. Ahora también estaba embarazada de su hijo. Un fragmento de caos en la vida de un hombre de orden, y un símbolo de mi propia rebelión fallida. Me odiaba por ello. El sonido de mi teléfono me arrancó del abismo. El nombre de Sofía apareció en la pantalla. Dudé en contestar; no quería que escuchara mi voz quebrada. Pero me di cuenta de que, aparte de ella, no tenía a nadie. Era mi única cuerda de salvación en este naufragio. —¡Por fin, cariño! ¿Dónde estás? Hoy no fuiste a la oficina, estaba preocupada —su voz sonaba entre enfado y angustia, inyectando un toque de realidad a mi miseria. —Yo… yo fui al médico —murmuré. El temblor en mi voz la alertó de inmediato. —Vale, ¿qué te pasa? No me suenas bien… —preguntó, con la respiración agitada—. ¿Te sientes mal? ¿Te pasó algo? Las lágrimas me vencieron. Sollozos desgarrados salieron de mi garganta, y me acuné sobre mis rodillas, incapaz de articular una frase. —¡Valeria! ¿Dónde estás? Voy a buscarte ya mismo. —En el parque… el del centro… —alcancé a decir entre hipidos. —Espera ahí —ordenó, y colgó sin darme tiempo a responder. ¿Qué hice para merecer un ángel así? Sofía siempre estuvo conmigo, en las buenas y en las peores. Pero esta vez ni siquiera ella podría salvarme. No había solución. Minutos después la escuché llamarme desde lejos. Me levanté, y al verme corrió hacia mí. Me abrazó con fuerza, como si intentara contener mis pedazos rotos. Lloré en su hombro, mojando su blusa con mis lágrimas y la lluvia. Ella me acarició el cabello, me besó en la mejilla, sin decir palabra. A veces, el silencio era más poderoso que cualquier frase de consuelo. Cuando logré calmarme, nos sentamos en un banco. Ella me tomó la mano, sus ojos fijos en los míos, sin un ápice de juicio. —Vale… ¿qué pasa? —su voz temblaba entre preocupación y miedo. Respiré hondo, sintiendo el aire frío en mis pulmones. —Estoy embarazada —susurré, bajando la mirada. Las lágrimas volvieron de inmediato. —Mi vida se acabó, Sofía. Lo arruiné todo. Mi futuro, mis padres, mi dignidad. ¿Cómo voy a mirarles a los ojos? ¿Cómo se los voy a decir? No puedo, no puedo… El rostro de Sofía se puso blanco como la tiza. Me miraba como si no reconociera a la persona frente a ella. —¿Em… embarazada? ¿Cómo? ¿Cuándo? —sacudió la cabeza, incrédula—. ¡No, no, no, Vale! ¡Esto no puede ser! —Su voz se quebró, luego se endureció—. ¿De quién? Tragué saliva. El momento que había temido había llegado. —Daniel —murmuré. El silencio que siguió fue insoportable. El nombre quedó suspendido entre nosotras como una bomba a punto de estallar. Sofía parpadeó varias veces, procesando la información. —¿Daniel…? ¿El de la empresa? —su voz se tornó filosa, cargada de incredulidad—. No… no me jodas, Vale. ¡¿El CEO?! Bajé la cabeza. —Dios mío… —sus manos volaron a su rostro, como si quisiera ocultar la magnitud de lo que había oído. La realidad de la situación la golpeó con la misma fuerza que a mí. Me miró con una mezcla de furia, espanto y, finalmente, una tristeza profunda. —¿Eres consciente de lo que esto significa? ¿De lo que vas a enfrentar? —su voz era apenas un susurro roto. Me llevé las manos al vientre. —No sé qué hacer, Sofi. No sé cómo salir de esto. Lo de mis padres... ellos me van a obligar a abortar. Ellos valoran la reputación por encima de la vida. Sofía me soltó la mano y, por un instante, me sentí completamente sola. Pero entonces, ella se recompuso. La rabia en sus ojos se centró, no en mí, sino en la situación y en el hombre. —No te atrevas a decir que tu vida se acabó, Valeria —dijo, su voz firme, con la fuerza de una roca—. Te prometí que no estarías sola. Me miró a los ojos, con una intensidad que me obligó a escuchar. —Escúchame bien. Tú no arruinaste nada. Él arruinó su oportunidad. Él te usó y te desechó por su estúpida 'posición'. —Él no lo sabe —murmuré—. Y no pienso decírselo. Él es el CEO, Sofi. Un hombre que me dice que "la empresa es prioridad" no necesita saber de un bebé. Sería un desastre para él, y un infierno para mí. No voy a atar a mi hijo a ese mundo de jerarquía y frialdad. Sofía asintió, entendiendo inmediatamente la lógica de mi dolor. —Tienes razón. Que se quede con sus prioridades y su dinero. Si tienes que salir adelante sola, lo harás. Yo te ayudaré. No voy a permitir que te encierres de nuevo. —Pero, ¿qué voy a hacer? —la angustia regresó—. Las prácticas terminan pronto. La graduación está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo pago el apartamento? ¿Cómo sigo con la universidad? —Paso a paso, Valeria. ¿Morgan Industries? Te vas. Sin avisar, sin mirar atrás. Tu diploma es lo primero. Con eso, consigues trabajo rápido. Y hasta entonces... Sofía me tomó el rostro con ambas manos. —Tengo mi apartamento, Vale. Podemos dividir los gastos. No es mucho, pero es tuyo. Es un techo seguro para ti y para mi sobrino. Lo haremos juntas. Como lo hemos hecho siempre. Tu bebé será nuestra batalla. Me abrazó de nuevo, pero esta vez con una seguridad renovada. Sentí el primer atisbo de esperanza en medio de la tormenta. Por primera vez en mi vida, alguien me decía que mi decisión de ser madre era válida, que la libertad era posible, sin importar el precio. —Vamos a casa. Tienes que secarte, comer algo. Y después, vamos a enfrentar a tus padres. Lo haremos juntas. Nos levantamos del banco. Dejé atrás el parque, la lluvia y la versión de mí misma que se había desmoronado. Puse la mano sobre mi vientre, sintiendo el diminuto secreto creciendo en mí. No era un error. Era una vida. Y por esa vida, yo iba a luchar sola. Mientras caminábamos, me hice una promesa silenciosa: Daniel nunca sabría la verdad. Tendría a su hijo, así me costara el alma, sin que él tuviera que arriesgar su precioso imperio.






