Fue tan dulce ver a Isabel, despedirse de su muñeca, que hubiera querido abrazarla y besarla, como si fuera una deidad, tocar su piel me provocaba un deseo inmenso de tenerla en mis brazos, y de hacerla mía, mía para siempre.Muy a mi pesar, me despedí de ella y salí de su habitación con Doña Leonor, que estaba muy preocupada por la salud de Doña Hipólita.— Usted me perdonará el atrevimiento, don Maximiliano, pero quisiera saber su opinión médica sobre el padecimiento de Doña Hipólita, ella y yo nos conocemos desde siempre, ya que nuestras familias descienden de las fundadoras de ésta ciudad y estoy preocupada por ella, me apena decirle esto, porque… usted puede pensar que son rumores de sirvientas, pero se dice que Doña Hipólita está embrujada.Medité por un momento la respuesta que debía darle, yo sabía que el rumor era cierto, la servidumbre era por lo general gente indígena o de raíces indígenas, que sabían de la existencia de los brujos, sin embargo, eran tachados de ignorante
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