No podía decir nada, era peligroso, pero estaba seguro de que Doña Hipólita, estaba siendo víctima de un Brujo, pero sólo había una forma de saberlo y debía revisar su cuerpo minuciosamente para encontrar el lugar exacto por dónde esta pobre mujer estaba siendo drenada.
— Doña Virginia, por favor, manden un sirviente a traer al médico, voy a necesitar ayuda y que le digan que traiga todo lo necesario para hacer una transfusión de sangre — Dije dirigiéndome a la esposa del Regidor — don Francisco, dígame ¿Su esposa tiene hermanos? Lo mejor sería que algún familiar le diera su sangre para intentar salvarla.
— Sí, Don Maximiliano, mi cuñado trabaja con el Regidor, en éste momento envío por él así lo tengan que traer arrastrando.
— Llame por favor a su hija y a una sirvienta, necesito que la desnuden y le revisen el cuerpo, estoy seguro de que su esposa tiene una herida en algún lugar y por pudor no se lo dijo al médico o incluso ni ella sabe que la tiene, salgamos de la habitación y que las mujeres la revisen.
Salimos de la habitación y Laura junto con una sirvienta, se dieron a la tarea de revisar el cuerpo de la enferma, y tal como me temía, en la parte interior de la pierna izquierda, muy cerca de la ingle, Doña Hipólita tenía una enorme herida que formaba claramente una boca humana, la herida estaba infectada, supuraba y emitía un hedor insoportable a carne muerta.
Les pedí que la cubrieran dejando a la vista únicamente la herida, abrí la herida un poco más profundo y la lavé con agua y sal para tratar de quitar la piel muerta y la cubrí con miel de abeja y aloe vera para tratar la infección, los dientes putrefactos de los brujos dejaban en la piel una gran cantidad de bacterias al succionar la sangre de sus víctimas, lo que propiciaba que la infección se extendiera por el torrente sanguíneo y provocara la muerte por septicemia, y la falta de sangre en el cuerpo, mantenía a la víctima en un estado de somnolencia que la imposibilitaba para moverse, e incluso para hablar de lo que le sucedía.
El médico y el hermano de doña Hipólita llegaron y realizamos la transfusión sanguínea, a pesar de ser una práctica que se llevaba a cabo desde el siglo pasado, no todos los médicos se atrevían a realizarla, yo había leído algunos libros sobre eso, casi ciento cincuenta años de vida te daban el suficiente tiempo para aprender cada día más y la fusión de los mundos había traído consigo una generación que podía tener lo mejor de cada uno.
— Ya solo queda esperar, Don Francisco, dígale a su cuñado que descanse y que se alimente bien, de ser necesario en tres días podríamos realizar otra transfusión — Dije, mientras el médico del pueblo me miraba con desconfianza y con recelo.
— ¿Cómo supo usted lo que estaba sucediendo? — Me interrogó el médico en tono acusador.
— Porque mi esposa, murió del mismo mal — dije, mirándolo de frente mientras él no pudo sostenerme la mirada — ningún doctor pudo encontrar la causa de la enfermedad, hasta que la comadrona la revisó, porque estaba embarazada y se percató de la herida en la parte interna de la pierna, nunca supimos que fue lo que la causó, pero para mi esposa fue demasiado tarde, ella murió junto con el hijo que llevaba en su vientre.
— ¿Y siendo usted médico no pudo salvarla? — siguió interrogando.
— Eso fue hace siete años, yo era muy joven y fue precisamente por eso que decidí estudiar medicina — mentí tratando de que mi respuesta sonara lógica.
— Hace siete años debió ser usted un crio, cuántos años tiene, ¿veintidós o veintitrés acaso?
— Tengo veintiocho años, aunque no lo parezca, ¿Quiere usted ver mi partida de nacimiento? — Contesté ya un tanto irritado por la situación — Y no se preocupe doctor, no pretendo ser una competencia para usted, yo no ejerzo la profesión de médico, mis negocios son otros, puede usted estar tranquilo — dije y con una reverencia me volví hacia don Francisco — Me retiro Don Francisco, mañana vendré a ver cómo sigue su esposa y a curar su herida, también enseñaré a su hija, para que lo haga ella en adelante, ya que cuando recupere la conciencia será incómodo para su esposa que lo siga haciendo yo, por favor denle un poco de agua mojando sus labios constantemente y una cucharada de esta infusión por la mañana y por la noche— dije dándole un frasco que llevaba y dirigiendo mis pasos hacia la puerta — ¡Ah, por cierto! Es muy importante que no la dejen sola, en ningún momento, sobre todo durante la noche y mande sellar las ventanas para evitar corrientes de aire.
Salí de allí con el estómago revuelto y con la angustia sobre lo que pasaba, no había ninguna duda, Doña Hipólita había sido víctima de un brujo, o bruja y eso indiscutiblemente me recordó a Lucrecia …