Capitulo 7

Fue tan dulce ver a Isabel, despedirse de su muñeca, que hubiera querido abrazarla y besarla, como si fuera una deidad, tocar su piel me provocaba un deseo inmenso de tenerla en mis brazos, y de hacerla mía, mía para siempre.

Muy a mi pesar, me despedí de ella y salí de su habitación con Doña Leonor, que estaba muy preocupada por la salud de Doña Hipólita.

—    Usted me perdonará el atrevimiento, don Maximiliano, pero quisiera saber su opinión médica sobre el padecimiento de Doña Hipólita, ella y yo nos conocemos desde siempre, ya que nuestras familias descienden de las fundadoras de ésta ciudad y estoy preocupada por ella, me apena decirle esto, porque… usted puede pensar que son rumores de sirvientas, pero se dice que Doña Hipólita está embrujada.

Medité por un momento la respuesta que debía darle, yo sabía que el rumor era cierto, la servidumbre era por lo general gente indígena o de raíces indígenas, que sabían de la existencia de los brujos, sin embargo, eran tachados de ignorantes por sus patrones y yo debía manejar muy bien la información que iba a dar, para evitar a toda costa que se supiera mi secreto, ya que estaba en riesgo mi vida y la de los míos.

—   Doña Leonor, lo único que le puedo decir, es que Doña Hipólita tiene una fuerte infección por una herida mal atendida que se le infectó y le provocó una severa septicemia, si logramos controlar la infección, ella va a reponerse completamente, ahora si me lo permite, debo ir a revisar a mi paciente, con su permiso — dije haciendo una reverencia y me fui rápidamente para evitar más preguntas que no pudiera responder con la verdad.

—    Hasta la tarde don Maximiliano — la escuché decir — ¡Lo esperamos por la tarde a tomar café!

Ocultar la verdad era muy complicado para mí, no estaba a acostumbrado a mentir, pero sabía que decir la verdad podía llevarme a la hoguera, igual que a mi padre y además del compromiso que tenía con mi gente, ahora la había encontrado a ella y esto que estaba sintiendo por ella, iba más allá de toda razón.

Llegué al palacio De Lara y Don Francisco ya me esperaba, estaban muy esperanzados en la mejoría de Doña Hipólita, ya que había recuperado un poco de fuerza gracias a la transfusión de sangre.

—    ¡Bienvenido a su humilde casa Don Maximiliano! — dijo Don Francisco en cuanto me abrieron la puerta de palacio — Gracias por venir a atender a mi mujer, gracias a usted, ha pasado un poco mejor la noche, y estoy seguro de que Dios ha bendecido sus manos para que puedan sanarla.

—    Buenos días, Don francisco — contesté haciendo una reverencia y extendiendo mi mano para corresponder al saludo que me otorgaba el dueño del palacio — Es mi deber cómo médico tratar de preservar la vida, estoy aquí para servir … a Dios y a usted.

Contestar con las palabras adecuadas, tal y cómo lo haría un blanco creyente y temeroso de su Dios, no siempre era fácil para mí, pero tenía que acostumbrarme, al menos en ésta época todavía era muy peligroso renegar o manifestar tener otra creencia religiosa.

Pedí que me prepararan todo para realizar la curación a la enferma y llamaron a Laura, tal y como yo lo había solicitado para enseñarla a realizar la curación ella misma, Laura era una joven muy bonita, su largo cabello rizado y unos grandes ojos verdes la hacían parecer una muñeca, era raro que a sus dieciocho o diecinueve años aun no estuviera casada, regularmente era la edad en la que los padres se ocupaban de elegir el mejor partido para sus hijas.

Le mostré a Laura cómo retirar el paño que cubría la herida que afortunadamente había mejorado considerablemente; volvimos a cubrir la herida colocando una penca de sábila nueva y miel virgen cubriendo con un paño limpio.

Laura lo hizo muy bien, así que no era necesario que yo viniera nuevamente, miré las ventanas y pude darme cuenta de que habían sido selladas y discretamente sin que me vieran rocié un poco de infusión de romero alrededor de la ventana, para ahuyentar al brujo, o bruja que se estaba alimentando de ella, al menos ya no podría continuar haciéndolo.

—    Don Francisco por favor, dígale a su cuñado que descanse y que no se mal pase ni beba alcohol, en dos días haremos otra transfusión y le puedo asegurar, que su mujer se pondrá bien muy pronto.

—    ¡Gracias a Dios que ha bendecido sus manos Don Maximiliano! Créame que si mi mujer se salva, tendrá usted mi apoyo incondicional, para lo que usted necesite, en cualquier momento, mientras Dios me preste vida.

—    No tiene nada que agradecer, señor mío, es mi deber como médico y como siervo de … Dios.

—    Si tiene usted tiempo, me gustaría invitarlo a cenar esta noche, quisiera hablar con usted de otro asunto que me es muy importante.

—    Me disculpo, Don Francisco, pero esta noche la tengo comprometida para tomar un café en el palacio de Icazar, pero si usted está de acuerdo, podría ser mañana.

—    ¡Oh, sí, si entiendo! Los de Icazar ya se me adelantaron, supongo que están interesados en lo mismo que yo, pero bueno, esperaremos a ver qué sucede.

—    Señor mío, con su permiso — me despedí e hice una reverencia.

Cuando salí del palacio, una de las sirvientas del palacio me alcanzó y me dijo:

- Yo vi lo que hizo señor, usted sabe que a la señora la mordió un brujo.

No le contesté, pero se santiguó delante mío y sus siguientes palabras me desconcertaron.

- ¡Dios Bendito, fue usted! - gritó y salió corriendo

Regresé a mi casona, tenía que investigar quién podía ser el brujo, estaba demasiado cerca ¿Y si se trataba de Lucrecia? Seguramente estaba muy cerca de mí acechándome, esperando el momento de cumplir su venganza, tenía que encontrar la manera de proteger a Isabel, pero ¿Cómo? No podía decirle ni a ella ni a sus padres que había una bruja persiguiéndome y que eso la ponía en peligro, a debía encontrar la manera de hacerlo sin que ellos lo notaran.

Tomé una turmalina rosada y la llevé con el joyero de la ciudad, le pedí que la transformara en un hermoso dije en forma de corazón y que una pequeña parte de la piedra la transformara en el más hermoso anillo de compromiso, incrustada en una argolla de oro y rodeada de diamantes  al igual que el dije, colocado elegantemente en una gargantilla de oro puro enmarcada de diamantes finos.

Estaba decidido, la noche del baile le diría mis intenciones a Isabel y esa misma noche, pediría su mano para casarme con ella cuanto antes…

Mony Ortiz

Queridas lectoras espero disfruten esta historia tendra giros inesperados, mucha pasión e intriga espero la disfruten conmigo. gracias por la oportunidad

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