Amor eterno
Amor eterno
Por: Mony Ortiz
Capítulo 1

—   Ha llegado el momento de separarnos, si no volvemos a vernos, búscame en otra vida, voy a regresar y seré tuya eternamente.

— ¡Isabel no! ¡No te rindas! Encontraremos la manera de salir de aquí.

—   Saldremos mi amor, te lo prometo, lo he visto y seremos felices, prométeme que no me vas olvidar y vas a buscarme, ¡por favor promételo!

—   Voy a sacarte de aquí, puedo hacerlo, sabes que puedo.

—   No podrás hacerlo sin matar a nadie y eso significa corromper tu alma, perderás tu esencia, pero hay otra forma de hacerlo, por favor, sólo dime que no te dejarás vencer y que vas a llevarme por siempre en tu corazón — dije presionando el camafeo con mi retrato contra su pecho.

—  Isabel mi amor, eres mi vida y lo serás eternamente, pero no acepto que te despidas de mí.

—   No es un adiós amor mío, es un hasta pronto, por favor confía en mí y prométeme que pase lo que pase no corromperás tu espíritu. Yo voy a salir de aquí y te prometo que voy a encontrarte

—   Te lo prometo…

Lo abracé y lo besé, las lágrimas corrieron por mis mejillas y sus ojos se llenaron de agua, los guardias lo arrastraron hacia la puerta. Sabía que había llegado mi final, estaba a punto de morir y tenía miedo, pero mi alma estaba tranquila porque sabía que pronto regresaría y en otra vida, en otro tiempo Maximiliano estaría esperando por mí y que ni siquiera la muerte podría volver a separarnos, porque nuestro amor estaba destinado a la eternidad.

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1794

¡Isabel! — Gritó mi madre desde la cocina sacándome de mis pensamientos, yo me encontraba sentada en una pequeña banca en el jardín central de nuestro palacio, imaginando lo maravilloso que será mi baile de cumpleaños, cumpliré diecisiete años en dos semanas y mi madre está organizando un baile para presentarme en sociedad, han invitado a todas las familias más importantes de la ciudad, entre las cuales tal vez conozca algún caballero. Como toda señorita de buena familia, yo solamente podía salir a la iglesia acompañada de mi madre por supuesto, pero al ser mayor podría salir solo con la sirvienta, mi madre ya no tendría que acompañarme a todas partes— ¡Isabel! — Volvió a gritar al ver que yo no respondía.

—  ¡Ya voy madre! Solo voy por mi rosario y mi velo a la habitación y te alcanzo —  Era la hora de salir rumbo a la iglesia.

Mi rutina diaria, era de lo más aburrida, salir a misa de nueve de la mañana, asistir a las hermanas del convento impartiendo el catecismo a las niñas y asistir a mis clases de piano y de pintura en el convento por supuesto y por la tarde, después de comer, tomaba una siesta antes de salir con mi madre nuevamente a la iglesia a rezar el rosario y al finalizar ir a tomar el té en casa de alguna de las damas de la congregación; únicamente lo disfrutaba cuando mi amiga Laura me acompañaba, su madre lamentaba no poder ser parte activa de la congregación, porque una extraña enfermedad la tenía postrada en cama y por eso confiaba su cuidado a mi madre.

Tomé mi rosario y coloqué sobre mi cabeza una hermosa mascada de seda bordada con hilos de plata que mi padre me había traído de Europa en su último viaje, me miré en el espejo ya faltaba muy poco para dejar de usar mis vestidos de niña, pronto iba poder usar vestidos a la última moda europea como toda una dama de sociedad.

Alcancé a mi madre en la entrada del palacio y comenzamos a caminar sobre la calzada rumbo a la catedral que quedaba apenas cruzando la plaza.

— ¡Vamos niña, que sabes que no me gusta llegar tarde! — me regañó por tardar tanto.

—    Lo siento madre — dije casi en un murmullo temiendo una reprimenda mayor.

Comenzamos a caminar, “una señorita decente, mira hacia el piso mientras camina”, solía decir mi madre, pero para mí era imposible no mirar hacia todos lados, eran tan pocas las veces que salía a la calle, que disfrutaba hasta el más mínimo detalle, el traje de un hombre llamó mi atención, no debía mirar a un hombre, pero necesitaba ver su rostro, levanté un poco la cabeza para poder mirar mejor y mis ojos se encontraron con los suyos, era un hombre hermoso, claramente mestizo llevaba el cabello atado a la nuca con un cordón dorado, una ligera barba bien recortada resaltaba sus bellas facciones y sus ojos, sus hermosos ojos castaños hicieron que una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo tan sólo con mirarme, sentí las mejillas calientes y llenas de rubor cuando me ofreció una sonrisa y una discreta reverencia imperceptible para los demás, pero no para mí, que avergonzada por mi conducta inapropiada bajé rápidamente la mirada fueron solo unos segundos pero fue suficiente para armar una revolución en mi interior, mi corazón parecía galopar de prisa, mi estómago parecía albergar un enjambre de mariposas y… mi zona íntima palpitaba de una forma extraña, nunca antes había tenido esa sensación, me avergoncé en silencio por mis pensamientos, esa zona del cuerpo era tan íntima que debía ser un pecado tener esa sensación.

Entramos en la iglesia y tan sólo podía pensar en la hora en que el rosario terminara, necesitaba salir y volver a verlo, aunque sea un instante.

Fue el rosario más largo de mi vida, estaba tan impaciente por salir de allí, que tuve que pedir perdón a Dios en varias ocasiones, incluso sabía que tenía que confesarme y la penitencia que el sacerdote me impusiera, iba a ser demasiado severa por mi mal comportamiento.

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