El sol del mediodía caía como plomo derretido sobre sus espaldas. Cada respiración ardía en los pulmones, cada paso era un suplicio. El desierto parecía interminable, una planicie hostil que no ofrecía ni sombra ni agua.Eva apenas podía sostener la carpeta. Sus brazos temblaban, pero no la soltaba. Luca la miraba de reojo, preocupado por el ritmo que llevaba. Marina, aunque había pasado la alambrada, apenas podía mantenerse en pie. Santiago trataba de ayudarla, cargando parte de su peso, mientras la sangre goteaba de su pierna herida.A sus espaldas, las voces y los disparos se habían apagado, pero sabían que no estaban a salvo. El Contador nunca corría. Avanzaba como un depredador paciente, y eso lo hacía aún más peligroso.—No podemos seguir así —dijo Luca, deteniéndose un instante—. Necesitamos cobertura.Eva alzó la vista, buscando en el horizonte. Fue entonces cuando lo vio: una estructura abandonada a lo lejos, medio derruida, quizás un puesto de vigilancia olvidado.—Allí —dij
Leer más