El amanecer llegó con un viento frío que azotaba las paredes del cañón. Eva despertó sobresaltada, con la mochila aún abrazada contra su pecho. No recordaba haber cerrado los ojos, pero la fatiga la había vencido en algún momento.
Luca vigilaba desde lo alto de una roca, con la pistola lista. Marina dormía acurrucada bajo la manta, mientras Santiago afilaba un cuchillo con una calma inquietante.
Eva se incorporó lentamente. El silencio del desierto parecía demasiado profundo, como si estuviera cargado de una amenaza invisible.
—¿Crees que nos encontraron? —preguntó en voz baja.
Luca negó con la cabeza.
—No aún. Pero no estamos solos.
Santiago alzó la vista de su cuchillo.
—Tiene razón. Ellos saben que estamos aquí. Solo esperan el momento.
Eva sintió un escalofrío.
—¿Ellos? ¿Quiénes?
Santiago guardó el cuchillo.
—Los que anoche nos salvaron del Contador.
No tardaron en confirmarlo. A media mañana, el eco de botas resonó en el cañón. Una columna de hombres apareció entre las rocas, ves