Javier tenía la mano en su cuello, la presión era intensa, como si quisiera recordarle que aún tenía poder sobre ella. De pronto, en vez de hacerle daño, se inclinó hacia ella y la besó.No fue un beso dulce ni de reconciliación, sino uno cargado de rabia, de posesión, de un ardor salvaje que rozaba la violencia. Sus labios eran fuego, sus manos hierro.Paula intentó apartarlo, luchaba contra él, contra esa prisión de brazos que le impedían escapar. Giraba el rostro, resistiéndose con toda su fuerza, pero Javier era implacable.—¡Déjame! —gritó entrecortada, intentando librarse de su abrazo.Él no se detuvo. Su boca descendió hasta su cuello, besando con desesperación, con furia, como si quisiera marcarla.—¡Eres mía! —rugió con un tono áspero, casi animal—. ¡Mía, Paula! ¿Por qué me engañaste?Las palabras le taladraron el alma. Paula forcejeó con más fuerza, jadeante, y su grito desgarrado retumbó en la oficina.—¡Yo no te engañé! —bramó con voz rota, sus ojos llenos de lágrimas cont
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