—¡No hagas esto, Javier! —suplicó Alicia, con la voz entrecortada.—¡Vete, Alicia! —rugió él, dando un paso atrás—. Quiero estar solo.Alicia intentó tocarle el brazo, pero Javier se apartó con brusquedad, como si su contacto le quemara la piel.No dijo nada más. Bajó la cabeza, derrotada, y se alejó con pasos temblorosos, escuchando cómo la puerta se cerraba con violencia tras ella.Temblando, Alicia sacó su teléfono del bolso y marcó con manos torpes el número de su madre.Cuando Felicia respondió, lo único que pudo decir fue:—Mamá… necesito verte.Felicia no hizo preguntas. Su voz sonó firme, urgente:—Ven a casa, hija. Te espero.***Al llegar, se lanzó a los brazos de su madre como una niña herida.—¿Qué pasó? —preguntó Felicia con el ceño fruncido.—¡Madre, Javier… ¡Javier quiere buscar a Paula! —gritó Alicia, casi sin aliento, como si las palabras fueran cuchillas.Felicia palideció. Se apartó un poco, como si intentara sostenerse en pie.—¡Alicia, tienes que calmarte! —ordenó,
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