Horus estaba al mando. Sin embargo, si buscaba mantener con vida a sus hombres, aguardaría hasta el momento en que fuera necesario el ataque.Atlas estaba en su pequeña loma de tierra, sentado en su trono. Sus ojos marrones y su cabello castaño estaban bien cuidados. Leighis, con su atuendo blanco, cabello dorado y orejas agudas, permanecía a su zurda con su cetro de emperatriz.Atlas no atacaría todavía. Así pasaron las horas. Los dos bandos se observaban desde la distancia en la gran pradera. Sin embargo, todo cambió a mediodía, cuando la temperatura era más alta.El sol caía sobre los cascos metálicos, resplandeciendo en destellos que herían la vista. El aire era espeso, vibrante, cargado de electricidad y polvo. El calor hacía que los soldados respiraran con dificultad bajo las armaduras. Las lanzas, alineadas en filas perfectas, apuntaban al cielo como una muralla de acero. Los estandartes ondeaban con un vaivén lento, y los cuernos resonaban en intervalos, manteniendo el orden d
Leer más