Capítulo 161 El amanecer

El sol conocido, emergía como un farol que indicaba la realidad de que estaban en guerra. Los hombres y mujeres se despertaron para colocarse su armadura.

Era el segundo día de contienda. Hespéride lo hacía de forma manual, evitando usar su magia de oscuridad. Ajustaba una a una las piezas de su armadura con movimientos lentos, precisos, como si cada gesto fuera parte de un rito. El metal bruñido reflejaba la luz dorada del amanecer, y en su superficie danzaban los tonos púrpuras de sus marcas que se asomaban entre los bordes del atuendo. La bruja disfrutaba de aquel proceso, del roce del acero templado contra su piel marcada, de la sensación tangible de prepararse para un día más de batalla. Aquella armadura no era solo un resguardo físico, era una extensión de su voluntad, el símbolo del lazo que compartía con el hombre que había logrado robarle el corazón.

El aire olía a tierra fresca y a humo distante. Los sonidos del campamento formaban una sinfonía constante: pasos, voces graves
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