El pasillo de la mansión Barrymore estaba en silencio, apenas iluminado por la luz tenue de las lámparas antiguas. Lizzie Reynolds caminaba despacio, con los brazos cruzados y el corazón golpeándole el pecho. Cada paso la alejaba del salón donde Ethan había confesado lo impensable: que Allyson Drake le gustaba. Esa frase aún resonaba en su mente como un eco que no sabía si la hería más por los celos o por el miedo.Amaba a Ethan desde el primer día que entró a trabajar a su lado. Había sido su sombra leal, su asistente incondicional, la que recordaba sus citas, organizaba sus viajes y cuidaba de sus negocios. En silencio, había esperado que él notara algo más en ella que eficiencia. Y ahora, escuchar que sus pensamientos estaban puestos en una mujer del FBI —enemiga directa de la Fundación— le encendía la sangre.Se detuvo frente a un espejo del corredor. Su reflejo le devolvió la imagen de una mujer joven aún, hermosa, en sus treinta, con el cabello perfectamente peinado y los labios
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