127. Cadenas invisibles.
El aire en mi aposento está impregnado de incienso, pero debajo del humo dulce hay un olor extraño, metálico, casi imperceptible, que hace que mi piel se erice como si ya supiera, antes incluso de girar la cabeza, que no estoy sola. No escucho pasos, ni roces, ni el sonido de la puerta abriéndose; sin embargo, una sombra se mueve con una seguridad que me recuerda que la fuerza no siempre entra con estruendo, a veces lo hace con el silencio de quien sabe que no debe ser descubierto.—Sabía que vendrías tarde o temprano —susurro sin apartar la mirada de las velas que tiemblan, como si ellas mismas temieran apagarse—. Solo me preguntaba si tendrías el valor de hacerlo sin máscara.Él ríe bajo, un sonido tan íntimo que parece recorrerme el cuello como un dedo invisible, y cuando da un paso adelante, lo suficiente para que la luz lo roce, veo su rostro con claridad. El campeón enemigo, el hombre que debería odiar con cada fibra de mi cuerpo, está allí, con el descaro de quien sabe que su s
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