6. El Nuevo Tablero
No creí que volver a pisar ese edificio me aceleraría tanto el pulso.
El mármol pulido de la entrada devolvía mi reflejo como un espejo implacable, recordándome quién era ahora: no la secretaria de nadie, no la sombra de un apellido, no la mujer elegida por conveniencia. Este territorio —antes marcado únicamente por las pisadas de Max Undurraga— también me pertenecía ahora.
Apreté la chaqueta y avancé. Cada golpe de mis tacones contra el piso sonaba como un tambor de guerra. Las miradas se alzaban de los escritorios, midiendo mi presencia, apostando cuánto duraría, susurrando que la esposa del jefe jugaba a ejecutiva.
Que miren. Que murmuren.
Ese era mi nuevo combustible.
Cuando llegué a mi oficina, la puerta ya estaba abierta. Una mujer de cabello castaño, traje sobrio y sonrisa impecable me esperaba detrás del escritorio auxiliar. Sus manos descansaban sobre una carpeta cerrada.
—Señora Undurraga. —Se puso de pie—. Soy Camila. Me asignaron como su secretaria personal.
Su voz era suav