Las parteras recomendaron una planta supuestamente milagrosa que no solo lograría controlar los fuertes dolores de Leah, sino que retrasaría un poco más el parto.Una de ellas, la más joven y asustadiza, se inclinó hacia la vidente y le preguntó —para confirmar— si ese lobo rubio y alto era el padre de su hijo.—Sí, lo es.Toda la preocupación de Leah se concentró en su hijo, tanto que decidió no indagar entre los chismes que, de seguro, la envolvían cual serpiente venenosa.—Ahora entendemos todo. Su compañero es demasiado grande.—Sí, ya es demasiado tarde para plantearme esas cosas del tamaño —Leah soltó un suspiro sonoro—. Por si no lo notó, estoy lo suficientemente embarazada para haberme dado cuenta con antelación, o mejor durante el proceso de procrear, que mi compañero es bastante grande… —su voz se elevaba con cada palabra. Le dolía la vagina, la espalda, los pechos, los dedos de los pies, y su cara parecía una fábrica de aceite, y aun así ese ser quería incomodarla más.Cass
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