Cassian apretó los párpados. Sabía que el tiempo se le escurría de las manos semejante a agua maldita. Leah respiraba con dificultad, su rostro estaba tan pálido que el más mínimo suspiro parecía costarle la vida.
—No puede ni mantenerse consciente, ¿qué le hace pensar que puede transformarse? —dijo Ezra, con la voz rota, agotado—. Su cuerpo no responde. Está muy mal.
Cassian lo sabía. Lo sentía en su médula. Leah estaba al borde, al borde de un dolor que no tenía nombre. No era solo el parto, era lo que se gestaba dentro… un poder.
Noah solo atinó a sujetarle la mano y brindarle su energía.
—Voy a entrar —murmuró Cassian—. A su mente.
—No —espetó Noah—. ¿Qué pretendes hacer? ¿Piensas aumentar su sufrimiento?
—No lo haré —dijo el consejero, con voz baja—. Solo trataré de ayudarla. Naturalmente no podrá, y no sé si lo notaste, pero cada vez ese cachorro se come más la energía.
Ezra lo miró. Noah lo permitió. Leah no podía responder. Su cuerpo temblaba parecido a una rama azotada por la