El silencio que siguió al beso fue distinto. No era incómodo ni hostil, sino denso, vibrante, cargado de todo lo que no se habían dicho.El aire frío del lago seguía rodeándolos, pero el calor del contacto permanecía suspendido entre ambos, como un hilo invisible que ninguno se atrevía a romper.El roce de sus labios seguía allí, palpitando en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido para recordarles lo que siempre fueron. Noah mantenía la frente apoyada contra la de ella, respirando con dificultad, aferrándose a esa cercanía como si en ella encontrara el único lugar seguro que le quedaba.Y Valeria lo sintió también. Ese mismo latido, ese mismo temblor. El beso había sido urgente y suave al mismo tiempo, una mezcla de miedo y necesidad, pero, sobre todo, de reconocimiento.Porque, pese a todo lo que había cambiado, seguían siendo los mismos. Los mismos que se buscaban sin decirlo. Los que encontraban refugio en la piel del otro cuando el mundo se desmoronaba.El aire se llenó
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