Alexander Al llegar a la residencia, noté un auto estacionado en el porche. Solté un chasquido de molestia sin querer ver a nadie. No era necesario mirar dos veces para saber que se trataba de mi tío, su esposa y, para rematar, la aburrida de Adelaida . Definitivamente, este era uno de los peores días que había tenido en mucho tiempo.Entré al salón y saludé con cortesía fingida: —Hola, muy buenas noches. Los presentes estaban sentados cómodamente en los sillones, compartiendo una charla ligera mientras tomaban té. Alexandra mi hermana, me dedicó una sonrisa. Antes de que pudiera siquiera sentarme, Adelaida se apresuró a acercarse. —Hola, querido, ¿cómo estás? — saludo inclinándose ligeramente, como si esperara un abrazo. Me mantuve inmóvil, impasible, y apenas respondí con un movimiento de cabeza. Ella lo notó al instante y retrocedió incómoda. —Hola, querido sobrino, ¿cómo vas? —saludó mi tío con entusiasmo. —Hola, tío. Hola, señora —respondí, dirigiendo una mirada bre
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