—¡No, esto no es cierto! —exclamó Fedora, la voz quebrada, como si su garganta estuviera a punto de cerrarse—. ¡Revise bien, doctor! ¿Es acaso una maldita broma? ¿Me están haciendo esto para divertirse?El doctor, con un gesto sombrío, negó con la cabeza. Sus ojos reflejaban tristeza, pero no podía suavizar la crudeza de la noticia.—Lo siento mucho, señorita, no es una broma —dijo con voz contenida, intentando mantener la calma mientras veía cómo la paciente comenzaba a desmoronarse.Fedora no esperó más. Se levantó de un salto, con el corazón latiendo desbocado, los ojos inundados de lágrimas, y salió de la sala sin mirar atrás.Cada paso parecía resonar con la certeza de que el mundo se le venía encima.Se sentía como atrapada en un huracán que no podía controlar, y todo a su alrededor se volvía confuso, borroso, inalcanzable.Félix, que había permanecido silencioso, quedó inmóvil por un instante, preguntándose si debía seguirla.Sus pasos vacilaban entre la necesidad de protegerla
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