NIKOLAI MALISHEV El sol griego se filtraba por las cortinas blancas de la habitación, proyectando sombras suaves sobre la piel desnuda de Aria. Estaba acostada sobre mi pecho, su respiración tranquila y acompasada, su cabello plateado esparcido como un halo sobre la almohada. La observé en silencio, grabando cada detalle en mi memoria. Mi muñeca. Mi cielo. Mi maldita obsesión. Acaricié su espalda desnuda con lentitud, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. Quería dejarla dormir un poco más, pero la idea de separarme de ella me jodía. —Despierta, muñeca. —mi voz salió ronca, cargada de esa adoración que jamás admitiría en voz alta. Aria se removió entre mis brazos, enterrando el rostro en mi cuello. —Cinco minutos más… —murmuró con voz adormilada. Sonreí con diversión. Dios, era hermosa. —Si te doy cinco minutos más, no saldremos en todo el día. Ella abrió un ojo, adivinando perfectamente lo que quería decir. Se incorporó con un suspiro resignado, pero su sonrisa travie
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