NIKOLAI El trayecto hasta mi casa fue silencioso, pero cargado de una tensión palpable. El sonido del motor de mi auto, el crujir de las llantas sobre el asfalto, se convirtió en un eco lejano en mi mente. Sólo podía pensar en la herida de Darya, en la rabia que me quemaba por dentro al saber que un maldito como Luka había osado ponerle las manos encima. Miré de reojo a Andrei, que estaba callado, como si meditara sobre algo más profundo que la situación en sí. Sabía que, a pesar de su actitud despreocupada, la sangre de nuestra hermana corría en sus venas tanto como en las mías. Y si alguien le hacía daño a uno de los nuestros, había algo en él que se transformaba, igual que a mí. Al llegar, no hubo necesidad de palabras. Mis hombres ya esperaban en la puerta, listos para trasladarla a una habitación segura. Darya seguía con los ojos cerrados, su respiración irregular. Con cuidado, la bajé del coche, y ella se aferró a mí sin decir nada, como si el mundo pudiera colapsar, pero no
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