Las luces de la sala de reuniones aún parpadean en mi memoria cuando la voz de Christian se apaga, dejando un silencio cortante que parece medir cada latido. La promesa de la prueba de fuego cuelga en el aire como una promesa no dicha: peligrosa, tentadora, inevitable.
Todo parece quedarse un poco detrás de mí, como si aún respirara con el eco de las palabras de Christian: “La prueba de fuego ya está decidida”. El aire entre los asientos quedó suspendido, pesado. Salí sin prisa, dejando que el silencio me envolviera. El reloj latiendo en mi oído con cada minuto que parece una promesa incierta. Quisiera decir que no me asustan los cambios, pero la verdad es que siento el pulso en las sienes y el deseo de entender qué significa todo esto para mí.
La sala se vacía a mis espaldas y el pasillo devuelve mi respiración en un ritmo que parece marcaje, como si alguien hubiera puesto un tambor en mi pecho. No sé qué me espera ahora, pero camino bajo la luz fría y ansiosa. Los pasillos están vac