Inicio / Romance / Una madre para Iván / 14- Un día para olvidar el dolor
14- Un día para olvidar el dolor

​ El coche de Fabio se detuvo en el vasto aparcamiento de un parque de atracciones. Era un lugar pintado de colores vibrantes, lleno de música que se escuchaba a lo lejos y el sonido de las risas de los niños. Iván, que en el trayecto había estado callado, se soltó el cinturón y saltó del asiento con una energía que a Sam le hizo sonreír.

​—¡Es enorme! —gritó Iván, con la voz llena de una excitación que Fabio no había escuchado en dos años.

​Fabio miró a Sam y, por un instante, se sintió incómodo. La mañana aún pesaba en el aire entre ellos, como una niebla fría.

​—Señor Gálvez, ¿estará bien que Iván falte al colegio? —preguntó Sam, intentando romper el hielo mientras el CEO terminaba de pagar las entradas.

​—No se preocupe por eso. Todos los niños tienen derecho a estar "enfermos" un día.

​Ambos sonrieron, una sonrisa que no era forzada, sino una sonrisa de complicidad momentánea.

​Al entrar, Sam se quedó absorta. El olor a palomitas y algodón de azúcar, las luces, la gente... era como un mundo de fantasía. Corría con Iván de un lado a otro, señalando las atracciones, las montañas rusas que subían y bajaban y los carruseles que giraban sin parar. Fabio, que al principio se mantenía un poco al margen, con las manos en los bolsillos, se encontró a sí mismo observando a Sam. La veía reír, correr con Iván, con una alegría tan genuina que le hizo sentir algo que había olvidado: la paz. La simple felicidad.

​—¡Mira, papá! ¡Quiero ir allí! —gritó Iván, señalando una montaña rusa acuática.

​Fabio asintió, y los tres se unieron a la fila. A medida que esperaban, el sol comenzó a calentar. Fue bien recibidos por todos, pues en pleno noviembre el frío calaba los huesos.

La tensión entre Fabio  y Sam parecía disolverse mientras fue sustituida por el pánico a esa atracción diabólica. 

Una vez se puso en marcha, Sam gritaba con terror, pero pronto pasó a emoción. Fabio, que nunca había disfrutado de este tipo de cosas, se encontró riendo a carcajadas. El agua les salpicó a los tres, y por un momento, logró sentirse como si realmente fueran una familia.

​A lo largo del día, las risas se hicieron más frecuentes. Comieron algodón de azúcar, compitieron en juegos de feria, y a pesar de la torpeza de Fabio, que no era bueno en nada de eso, lograron ganar un pequeño peluche para Iván. La cara de felicidad del niño era el mejor regalo.

—Espero que gestionar tu empresa no se te dé tan mal como jugar —le dijo Sam burlándose de él.

—Hay cosas que se me dan mucho mejor que jugar —respondió sin poder ocultar un tono pícaro en su voz, que hizo sonrojar a Sam.

​A la hora de comer, encontraron un pequeño restaurante en pleno corazón del parque. La ola de gente esperando entrar los dejó clavados en el suelo por unos segundos. 

—A este paso, más que comer cenaremos —murmuró Sam. 

Fabio sacó su teléfono y tras una breve llamada comenzó a caminar hacia el restaurante, a la puerta trasera. 

—Tener contactos tiene sus ventajas —clamó orgulloso.

Entraron por la pequeña puerta de personal, donde el cocinero jefe le dio la bienvenida de forma muy efusiva. Les prepararon una mesa en una pequeña esquina junto a un enorme estanque de peces. 

​—Este lugar es hermoso —dijo Sam—. Parece el típico escenario de novela cliché. Un CEO frío y su empleada, en una cita en un parque de atracciones.

​Fabio se sonrojó.

​—No sé de qué hablas —dijo, intentando sonar serio, pero una sonrisa se le escapó. Sólo estamos aquí por Iván.

Ambos rieron, y sus miradas de cruzaban, con un sentimiento diferente, algo que no podían entender. Pero no veían odio,sino algo más como comprensión.

​Iván, que los miraba a los dos,soltó un comentario inocente, sin pensar.

—Me gusta más cuando os lleváis bien. Estoy disfrutando mucho este día. Gracias Sam, gracias, papá.

​En ese momento, Sam se dio cuenta de lo mucho que significaba este día para el niño. Fabio también entendió que no podía seguir comportándose como un insensible, no ahora que su hijo había recuperado la sonrisa.

​—¿Sabes? —dijo Sam, dirigiéndose a Fabio—, nunca había estado en un parque de atracciones.

​Fabio la miró, sorprendido.

​—¿En serio? ¿Y por qué?

​—Nunca tuve la oportunidad. Mi sueño siempre fue ser profesora. Le dediqué toda mi vida a ello. Aunque bueno, tuve mis problemas —Una sonrisa de color cruzó su rostro—. Elegí mi camino y no salió bien. Así es la vida, fracasar y seguir intentándolo.

Fabio la escuchaba sin decir nada. Sintió que en la historia de Sam había muchos detalles que no quería contar, y por el momento, no se sentía con el derecho a preguntar.

—Bueno. Al menos la vida te llevó a este momento, a estar en este parque comiendo langosta y junto a Iván.

Ella sonrió. Miró al niño y le acarició el rostro dulcemente. 

….

Tras comer, volvieron al parque, probando cada atracción que Iván quería conocer. Antes de que se dieran cuenta, el parque había comenzado a quedarse vacío y cada calle que antes era una lucha de empujones por pasar, se había vuelto amplia. Desierta.

​El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Los tres se sentaron en un banco cerca de la entrada. Iván, agotado de tanto jugar, se quedó dormido con el peluche que habían ganado en los brazos. Fabio se había sentado junto a Sam. Por primera vez no sentía esa incomodidad de estar a su lado. 

​Se giró y la miró, la culpa de la mañana había desaparecido para dar lugar a un sentimiento de mayor confianza. 

​—Admito que estoy celoso.

​Sam lo miró, confundida.

​—¿De qué?

​—De mi hijo. Es capaz de dejarse llevar, de amar, de sonreír. Yo en cambio no soy capaz de pensar en Cloe sin que su recuerdo sea una daga directamente a mi corazón. Quisiera ser como él, quisiera volver a ser capaz de sentir, pero el miedo me consume. Estoy encerrado en mi mente, en mi dolor, y no sé cómo salir. A veces, siento que nunca seré capaz de volver a ser como antes. Quisiera volver a ser feliz, pero no sé cómo.

​La voz de Fabio se quebró. Se sentía avergonzado por su confesión, por su debilidad, pero no podía dejar de hablar. Había mantenido esto dentro de él por tanto tiempo que se sentía como si estuviera explotando. Sam, escuchando su confesión, tomó su mano temblorosa.

—El dolor es un camino espinoso que todos debemos cruzar, señor Gálvez. Pero aquél valiente que sigue caminando hacia el otro lado, será capaz de avanzar. No es fácil, cada paso se siente como el último, pero si de verdad quieres dejar de sentirte así, lo primero que debes entender es que Cloe no fue el final de tu vida, sino una parte de ella. Aunque la lleves en tu corazón para siempre, aunque no ames a otra mujer, ella no estaría feliz si ve en qué clase de hombre te convertiste. Ríe, sé feliz, y vive junto a Iván cada instante que ella no ha podido estar con vosotros. Siento que así es como de verdad, volverás a encontrar el camino. 

​Fabio, que se había mantenido en silencio, la miró directamente a los ojos. 

​—A veces siento que hablas como si de verdad entendieras mi dolor. Como si supieras por dónde estoy pasando. Me recuerdas mucho a ella, Sam. Tenía una calidez en el alma que atraía a cualquiera a su lado.

​Sam se quedó pensativa, una leve sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que sabía a dolor y a comprensión

—Lo importante aquí es el bienestar de Iván —respondió.

La tarde se desvaneció, el silencio se adueñó de la escena, pero por primera vez, no fue un silencio que los separaba, sino uno que los unía. Ambos se quedaron ahí, mirando al sol desaparecer, sintiendo en el aire una promesa silenciosa de que, tal vez, el dolor no sería para siempre.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP