60. Santa Marena
Hay lugares que parecen dormir en paz, pero en sus sombras esconden secretos imposibles de enterrar.El viaje hasta Santa Marena había sido más largo de lo que Valentina había anticipado. El cansancio se acumulaba en sus músculos, pero había algo más pesado sobre sus hombros: la sensación de que, a cada kilómetro, se acercaba a un lugar donde los secretos dormían, pero nunca morían.Al bajar del coche, la brisa marina la golpeó con fuerza, trayendo consigo un olor a sal y algas, mezclado con el aroma rancio del pescado recién secado. Los barcos del puerto crujían suavemente, balanceándose con las olas, y las gaviotas revoloteaban sin descanso, chillando de manera insistente. Cada sonido parecía amplificado por el silencio del pueblo, que no era silencio de tranquilidad sino de vigilancia.Las calles eran estrechas y adoquinadas, con casas bajas y fachadas desconchadas. Cada ventana era un ojo que la examinaba mientras caminaba; cada paso suyo parecía provocar un pequeño temblor en la
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