El salón estaba en su punto más alto. Las luces tenues, los violines al fondo, las copas llenas de burbujeante champán y las risas fingidas llenaban el ambiente. Yo apenas podía escuchar.La conversación entre políticos, donantes, empresarios y socialités era solo un murmullo lejano. Mis ojos estaban fijos en ella.Valeria.Mi esposa.Mi posible traición.Llevaba ese vestido negro que le marcaba cada maldito suspiro. Su espalda era una curva perfecta de elegancia y tentación, y aun así, yo la miraba con desconfianza. Como si debajo de toda esa belleza hubiera una daga escondida… y apuntándome al pecho.Ella saludaba con gracia. Sonreía con naturalidad. Encantaba. Era la anfitriona perfecta. Nadie lo habría sospechado. Nadie, excepto yo.Nos sentamos a la mesa principal, donde estaban los directores de la fundación, algunos patrocinadores clave y Lucas Rosetti, como una sombra pegajosa a su lado, otra vez. Claro.—Valeria, has hecho un trabajo brillante —dijo uno de los donantes mayore
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