Capítulo 6

Apartamento de Sophie. Horas previas a la reunión.

El pequeño apartamento olía a vainilla y canela, rastros de la última hornada que había hecho en la dulcería antes de cerrar la noche anterior. Sophie estaba de pie frente al espejo del baño, sujetando el cepillo de pelo entre las manos como si fuera un arma, mientras trataba de domar los mechones rebeldes que caían sobre sus hombros.

La reunión con Damien Blackwood ocupaba cada rincón de su mente. No sabía si vestirse como la Sophie sencilla, la de delantal y harina en las manos, o intentar proyectar una imagen más segura, más madura… aunque en el fondo sabía que ninguna apariencia podría ocultar sus nervios.

Sobre la cama, había dejado cuidadosamente dos opciones: un vestido azul marino ajustado, sobrio pero femenino, y un conjunto más simple, falda beige y blusa de seda blanca. Tocaba las telas con las yemas de los dedos como si buscaran darle una respuesta. ¿Qué esperaba rel tal Damien de ella? ¿Que se viera como una empresaria en potencia o como la chica de los dulces que había despertado su interés?

Se mordió el labio. “Cálmate, Sophie. Es solo una reunión.”

Pero no lo era. Lo sabía demasiado bien. Su corazón lo sabía, su piel lo sabía. Cada vez que recordaba sus ojos fijos en ella, el modo en que la observaba como si pudiera leerla de pies a cabeza, se le erizaba la piel.

Respiró hondo, colocándose frente al espejo. Retocó un poco de maquillaje ligero, apenas suficiente para darle un aire más pulido, y recogió el cabello en una coleta baja. No quería parecer alguien que no era, pero tampoco quería darle la impresión de que no le importaba.

Mientras se ponía los zapatos, la mente la traicionó con pensamientos fugaces: ¿y si él no la veía como alguien con quien hacer negocios? ¿Y si lo que Damien realmente quería era algo más… algo que ella no estaba preparada para dar?

Un escalofrío le recorrió la espalda. No sabía si era miedo, anticipación… o las dos cosas.

Antes de salir, se acercó a la mesa de noche donde guardaba un marco con una foto de ella y Olivia en la dulcería, riendo con los rostros manchados de azúcar glas. Esa imagen le dio fuerzas. Sonrió apenas y susurró para sí misma:

—Vamos, Sophie. Puedes hacerlo.

Con esa mezcla de nervios y determinación, cerró la puerta tras de sí, lista para entrar en el terreno de Damien Blackwood.

                                                                               *****

Las puertas del despacho se cerraron detrás de Sophie con un suave clic que resonó en su pecho como una trampa sellándose. El aire dentro era distinto: más denso, impregnado de cuero, whisky añejo y un toque amaderado que reconoció al instante como la fragancia masculina que había sentido en el ascensor.

Damien estaba de espaldas, inmóvil frente al ventanal de piso a techo. La ciudad brillaba a sus pies, pero él parecía más grande que todo lo que se extendía tras ese cristal. Traje oscuro, hombros anchos, postura impecable. Un depredador que estudiaba su territorio antes de girarse hacia la presa.

Sophie tragó saliva, notando lo seco de su garganta. Se aclaró la voz, un sonido débil que apenas logró romper el silencio.

Damien se giró con calma, como si no tuviera prisa. Sus ojos, oscuros y afilados, la recorrieron lentamente de la cabeza a los pies. No hubo sonrisa, ni gesto amable, solo una evaluación fría que la desnudó más que cualquier mano. El brillo metálico de su reloj de lujo contrastaba con el movimiento pausado de su muñeca, como si subrayara la brecha entre sus mundos.

—Señorita Reyes —dijo con una voz profunda, grave, cargada de un poder que vibraba en sus huesos—. Llegó puntual.

La forma en que pronunció su apellido la hizo temblar. Sonaba como una posesión.

—S-sí, señor Blackwood. —Su voz se quebró apenas, y quiso maldecirse por ello.

Él avanzó hacia su escritorio. Cada paso era seguro, medido, casi hipnótico. Se acomodó tras la mesa de ébano sin sentarse, inclinándose un poco hacia adelante. Su mirada seguía fija en ella, sosteniéndola en un punto donde la respiración era difícil.

—Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi —murmuró, con una intensidad que la obligó a bajar los ojos.

La imagen la golpeó de inmediato: ella, en el delantal manchado de azúcar, el cabello desordenado, temblando mientras le servía un café mediocre. Sentía el calor en sus mejillas.

—Fue un mal día… —balbuceó Sophie, sintiendo que su voz sonaba diminuta.

Damien ladeó la cabeza, como un cazador divertido con la torpeza de su presa.

—No lo llamaría “mal día”. —Su voz bajó una octava, más íntima, más peligrosa—. Fue real. Genuino. Y eso es raro en mi mundo.

La intensidad de esa confesión la atravesó. Sophie intentó sostenerle la mirada, pero el calor que subía por su cuerpo la traicionaba. Su respiración se aceleraba, y en lo más bajo de su vientre, una tensión visceral se encendía sin su permiso.

Él lo notó. Lo supo. Sus labios apenas se curvaron en una sombra de sonrisa.

—Está nerviosa.

—No… yo… —Sophie quiso negarlo, pero el rubor en su piel la delataba.

Damien rodeó la mesa, acercándose despacio. Su perfume la envolvió, haciéndola sentir atrapada en un campo magnético. Se detuvo a un paso de ella. Tan cerca que pudo ver el ligero entrecano en sus sienes, las líneas de poder grabadas en su rostro maduro y perfecto.

—Lo está —insistió, su voz apenas un roce de terciopelo oscuro. Levantó una mano y, sin tocarla, deslizó sus dedos por el aire a un centímetro de su mejilla, como si la acariciara sin derecho a hacerlo. El gesto la hizo arder más que un contacto real—. Pero también… está curiosa.

Sophie se quedó sin aire. Su cuerpo respondió con un estremecimiento incontrolable, sus pezones endureciéndose bajo la tela fina del vestido. Se abrazó con fuerza a su pequeña cartera para cubrirse, pero él ya lo había visto.

Damien inclinó el rostro, su aliento rozando la piel sensible de su cuello.

—La intimido —murmuró, con esa voz grave cargada de promesas y amenazas.

Sophie cerró los ojos un segundo, luchando contra el impulso de dar un paso atrás. Pero sus pies no obedecieron. Algo en ella, oscuro y desconocido, quería que él siguiera. Quería ver hasta dónde llegaría.

El silencio entre ambos estaba cargado de electricidad, como una tormenta a punto de estallar.

—¿Por qué… estoy aquí? —preguntó ella, la voz quebrada, en un hilo de valentía frágil.

Damien retrocedió apenas un paso, pero sus ojos seguían ardiendo sobre ella.

—Porque lo decidí. —Su respuesta fue simple, devastadora. Después de una pausa, añadió, con un filo peligroso en la voz—: Y porque quiero hacerle una propuesta.

La palabra “propuesta” no sonó como un negocio. Sonó como un pacto con el diablo.

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