El sol de Moscú apenas acariciaba las gradas del hipódromo, dorando con un brillo frío la arquitectura imponente. Alexandra descendió del coche con la elegancia de una reina, vestida con un conjunto negro ajustado que marcaba cada curva con una elegancia serena. Llevaba gafas oscuras y los labios de un rojo profundo, como si supiera que la guerra más peligrosa era la que se peleaba sin espadas, solo con la mirada.Aquel era su primer día libre en semanas, y había decidido que conocer el hipódromo sería una forma distinta de absorber la esencia rusa. Pero el destino, o tal vez algo más peligroso, ya estaba esperándola.En lo alto, desde uno de los palcos privados, Dimitri se inclinó hacia su jefe.—Señor Baranov, la señorita Morgan acaba de llegar.Mikhail giró levemente el rostro, su perfil tallado como mármol bajo la sombra del ventanal. Sonrió, pero no era una sonrisa amable, sino una curva peligrosa.—¿Sola?—Sí, señor.—Llévale una bebida. Que le digan que es de mi parte.Abajo, A
Leer más