—Bianca, vamos —susurró Enzo al oído de la mujer, con una voz pegajosa que le revolvió el estómago—, mira, la gente está bailando. Tú y yo deberíamos hacer lo mismo. Quizás... quizás deberíamos ir a un lugar un poco más discreto.A pesar del mareo, de la confusión que la sustancia vertida en su bebida le provocaba, una chispa de consciencia se encendió en Bianca. No era ninguna ingenua; entendía perfectamente las intenciones de ese hombre.—No, en serio, no quiero bailar —repitió, intentando que su voz sonara firme, pero las palabras se enredaban—. Debería irme a casa, ya es demasiado tarde. Además, ¿dónde ha ido Clara?Enzo se encogió de hombros, ignorando su pregunta. —No importa dónde haya ido. Ya hemos llegado hasta aquí, además, no ha pasado tanto tiempo desde que llegamos. ¡Vamos a aprovechar y bailemos un poco! —insistió, su insistencia tornándose agobiante, casi fastidiosa.Bianca negó con la cabeza, tomó una bocanada de aire y trató de incorporarse por su cuenta. Pero Enzo n
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