Después de haber disfrutado de una maravillosa película, los niños estaban contentos, y Bianca también, al verlos tan felices y sonrientes. El sol ya comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranjas y violetas, y era momento de regresar a casa. Por eso, y como ya se estaba haciendo un poco tarde, Bianca decidió tomar un taxi directamente al departamento.
Una vez allí, el apartamento se llenó con el eco de las voces animadas de los niños, que no paraban de hablar sobre la maravillosa película de la princesa espacial y compartían entre ellos anécdotas y escenas favoritas.
Desde la cocina, Bianca los escuchaba con una sonrisa en los labios, buscando algo para preparar para la cena. La nevera ofrecía pocas opciones inspiradoras.
—Niños —los llamó, asomándose al umbral de la cocina—, ¿quieren que les prepare algo suave? Díganme qué es lo que les apetece comer y les voy a hacer algo delicioso.
Olivia se acercó con los ojos brillantes.
—¡Quisiera brochetas de pollo!
Bianca se rió suavemen