Aquella tarde, la urgencia de Bianca por encontrar un bocado delicioso para sus hijos la impulsó a una prisa inusual. Sin apenas mirar, tropezó con una figura, y sus compras volaron por los aires. Levantó la vista, dispuesta a disculparse, y su aliento se detuvo en la garganta. Frente a ella, con una mirada curiosa, estaba Steven, inconfundible, pero transformado. Hacía años que no lo veía. Una barba incipiente le otorgaba un aire maduro, una seriedad que solo el tiempo puede esculpir.
—¡Steven, eres tú! —exclamó Bianca, la voz apenas un susurro de incredulidad y asombro—. ¡Cuánto tiempo ha pasado!
Él, con los ojos bien abiertos, respondió: —No puedo creer lo que veo. ¿Bianca? ¿Dónde te habías metido todo este tiempo? —su tono era de absoluta sorpresa.
Bianca estaba a punto de explicar cuando su mirada se detuvo en la mujer que acompañaba a Steven. Era evidente que se sentía un tanto incómoda y confundida ante la escena. Steven, percatándose de la situación, sonrió con calma.
—Carolin