Sucesos inesperados

El hombre recorría su apartamento con una toalla en la cintura y el teléfono en la mano. Un vaso de whisky lo esperaba en la isla de la cocina mientras buscaba hielo.

—La odio, físicamente la odio. Por poco me da un infarto —se desahogaba.

—Tranquilo, amor. Pero esto nos da información valiosa —respondió la voz calculadora al otro lado.

—¿Y qué harás? ¿Recorrer la selva peruana? ¿Sabes cuántas especies hay allí? —Dio un trago y se dejó caer en el sillón—. ¿Cuándo regresas? —intentó cambiar de tema.

—En unas semanas, si todo sale bien. Me preocupa distraerte.

—Sabes que lo harás —revolvió el hielo con el dedo—. Distráeme un poco, me lo merezco después de casi necesitar marcapasos.

—Cierra los ojos —pidió ella, y su voz se filtró en su mente—. Imagina que estoy frente a ti.

—Espera —se colocó el manos libres—. Ahora sí. ¿Qué llevas puesto? —cerró los ojos, visualizando su cuerpo maduro, curvas pronunciadas, caderas anchas y pechos exuberantes.

—Estoy con esa lencería roja que tanto te gusta. Las transparencias dejan ver cada centímetro. Avanzo lentamente, quitándome la parte superior para que admires mis senos, que tomas con tus manos ansiosas. Me monto sobre ti, apoyando las rodillas en el sillón. Mis labios encuentran los tuyos, nuestras lenguas se entrelazan como cuerpos separados. No son las únicas cosas húmedas —su voz se quebró—. Tus dedos recorren mi interior, provocando gemidos que escuchas en tu oído...

La toalla cayó al suelo sin que él lo notara, liberando sus manos para la fantasía.

—Me penetras mientras nuestros cuerpos sudorosos se mueven al unísono. Lento al principio, saboreando cada instante cuando besas mis pechos y aprietas mis nalgas. El ritmo se acelera, nuestros gemidos crecen hasta que explotamos juntos —escuchó su climax a través del teléfono—. Buenas noches, cariño. Cuelga.

Recuperaba el aliento cuando el celular sonó de nuevo. "Demonio", decía el contacto. Limpiándose con la toalla, contestó con el manos libres.

—Diga —gruñó.

—Buenas noches, Anderson —la voz nerviosa de Denise lo hizo suspender. Renunció a corregirla—. Necesito que vengas a mi casa. Urgentemente.

Miró el reloj: medianoche. Rodó los ojos.

—Enseguida —resignado, colgó.

(...)

Denise giró la llave y empujó un sillón contra la puerta. Del otro lado, una voz insistía:

—¡Deja de exagerar! Solo quiero hablar. Actúa como adulta.

—¡Qué adulto fuiste engañándome! —pensó en huir por la escalera de emergencia, pero sabía que enfrentarlo terminaría en homicidio.

—Estás dramatizando.

—¿Dramatizo que te acostaras con mi secretaria? ¿Que me mintieras seis meses? ¿Que le dijeras que me dejarías por ella?

—Sabes que no es cierto. Por eso estoy aquí.

—¡Vete! —gritó por enésima vez.

—Solo quiero hablar.

—Yo no quiero.

—¿Qué pasa aquí? —una nueva voz interrumpió.

—¡Anderson, sácalo de aquí! —Richard miró al intruso, esperando evitar la violencia. El joven lo evaluó, notando la diferencia de edad y complexión.

—¿Y éste quién es? —preguntó celoso—. No sabía que te gustaran los viejos.

Richard se frotó el rostro, atrapado en el drama.

—Es mi secretario. ¿A que con éste no te acuestas? —Denise soltó una risa cínica—. ¡Anderson, haz tu trabajo!

Animado por el insulto, Richard agarró al joven por el cuello de la camisa. Esquivó un puñetazo y lo inmovilizó con una llave.

—No está mal para un viejo, ¿eh? —lo arrastró hacia la salida.

Lo empujó a la calle como basura y cerró el portón. Al subir, escuchó los cerrojos abrirse. Denise apareció con el pelo revuelto y una bata de satín que dejaba poco a la imaginación.

—Gracias —dijo.

—¿Ya puedo irme? —preguntó, esperando que lo mandara a cazar arañas después.

—Sí. Nos vemos mañana —cerró la puerta en su nariz.

(...)

Richard estaba frente al computador cuando la vio pasar. Los tacones negros resonaron en el pasillo, pero regresaron.

—Necesito que vengas —siguió a Denise, cerrando la puerta de cristal tras ellos—. Revisa esto —dejó caer una pila de carpetas—. Anota fechas y responsables de cada liberación de producto vencido y su destrucción biodegradable.

—Entendido —permaneció de pie.

—¿Necesitas algo? —preguntó al verlo inmóvil.

—Debemos hablar —Denise dejó el mouse—. Esto no funciona así. No puedes arruinar mi agenda ni llevarme a la selva sin aviso.

—¿Pero a las 12 AM sí puedo llamarte para golpear a mi ex? Interesante —Richard contuvo las ganas de estrangularla. La interrumpió una rubia escandalosa.

—¡Denise! —irrumpió como dueña del lugar—. ¿Olvidaste nuestro desayuno? —notó a Richard—. ¡Ah, el madurito! Está guapo.

—Richard Anderson, Carolina Kai, mi mejor amiga y jefa de publicidad —presentó Denise.

—Andersen —corrigió, estrechando la mano.

—Si en tu lugar me mandas a tu secretario, no me quejo —lo devoró con la mirada—. Mañana me voy a París. No nos veremos en seis meses.

—Lo siento, cariño. Anoche con Max... —miró de reojo a Richard—. Vámonos —guardó la laptop y salió—. Continuamos después.

Richard contó hasta diez, resistiendo la tentación de estrangular a alguien. Al quedarse solo, aprovechó para revisar la oficina.

(...)

En su cafetería habitual, Denise trabajaba mientras Carolina hablaba sin parar.

—Qué envidia. Yo tengo a la sosa de Olga —lamió crema batida—. ¿Por qué no vienes a París? En la ciudad del amor quizá te robe a tu chico.

—Quisiera, pero debo terminar el producto. Nos vemos una semana antes del evento.

—Te ves horrible. Ver a Max no te sentó bien.

—Y tanto —se frotó los ojos—. Hay algo más —confesó con temor.

—Félix me advirtió sobre un sabotaje. Anoche recibí esto —giró la laptop.

—¡Dios mío! ¿Quién lo envió? —susurró Carolina.

—Alguien bueno ocultando huellas.

—¿Segura que no quieres que me quede? —apretó su mano.

—No te preocupes. Nadie saboteará "Juventud". Tendrán que pasar sobre mi cadáver.

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