**Flashback**
El joven la vio bajar del auto y comenzó a seguirla. Ella notó su presencia y apuró el paso, pero él hizo lo mismo. Al doblar la esquina, una zancadilla bien colocada lo hizo rodar por el suelo. Denise se colocó sobre él, presionando un taser contra su cuello. —¡Diablos, Denise! ¿Era necesario? —protestó, frotándose las rodillas lastimadas. —¡Idiota! Eres más que idiota —se levantó, tentada a electrocutarlo para ver si así se le acomodaban las neuronas—. ¿Qué haces siguiéndome? —Quiero hablar contigo —dijo, levantándose y siguiéndola. —¿Qué parte de "no quiero verte ni en pintura" no entendiste? ¿Era el estilo abstracto o el realista? —introdujo la llave en el portón con manos temblorosas. Él impidió que cerrara, metiendo el pie a tiempo. —¿Vas a tirar tres años de relación así? —sus palabras la hicieron detenerse. La rabia comenzó a hervir en sus venas. —¿Yo? ¿Yo soy la culpable? —levantó un dedo acusador—. ¿Ahora debo perdonar que seas un imbécil egocéntrico, mujeriego e infiel? —sus ojos enrojecieron de impotencia—. ¿Debo perdonar tus mentiras descaradas, haberme arrastrado por un poco de tu tiempo y haber sufrido en soledad? —Demonios, Denise, fue un error. Solo era curiosidad, nunca había estado con otra mujer... Ella imaginó escenarios donde le arrancaba la piel a tiras sin anestesia. —¿Y ahora también es mi culpa? Perdona no haberte sido suficiente —podría disfrutar estrangulándolo en ese momento—. Ahora puedes saciar toda tu curiosidad. Y escúchame bien: no importa cuánto llore, cuántas noches pase en vela, cuánto desee que esto nunca hubiera pasado... —las lágrimas nublaron su vista—. Nunca, jamás volveré contigo —abrió la puerta de su departamento—. Por cierto, mis consoladores hacen mejor trabajo que tú —le cerró la puerta en la cara. —¡Pues ella era mucho mejor en la cama! ¡Frígida! —gritó él. Denise contuvo las ganas de buscar un cuchillo en la cocina. En su lugar, tomó el teléfono. —"Andersen, ven a mi casa. Ahora" —colgó, esperando que llegara antes de que cometiera una locura. **(...)** La alarma del teléfono lo despertó cuando aún era de madrugada. La rubia yacía desnuda en su cama. Se sacudió el cabello negro con algunas canas prematuras y se dirigió al baño. El espejo le devolvió la imagen de su resaca mientras recordaba la noche anterior: el cuerpo joven de Carolina rozando contra el suyo, sus manos explorando esa espalda mientras la empujaba contra el borde de la cama, el sabor de su interior que aún podía percibir en sus dedos. Se lavó las manos vigorosamente. Unas manos lo abrazaron por detrás. —¿Despierto tan temprano? —se volvió para besarla. —Tengo un vuelo que tomar —acarició sus abdominales—. Ojalá no tuviera que irme a París, pero confío en que seguiremos en contacto. —Dalo por hecho —la besó nuevamente. Carolina se desprendió para vestirse mientras él se duchaba. —Oye, ¿puedo pedirte algo? —salió del baño con la toalla en la cintura—. Te agradecería que no le comentaras esto a Denise. —¿Qué me darás a cambio? —respondió ella, jugueteando con el borde de la toalla. —Lo que quieras —la toalla cayó al suelo. Ella retrocedió hacia la cama mientras se quitaba la poca ropa que acababa de ponerse. Richard besó el interior de sus muslos, quitándole los zapatos que lanzó al suelo. Sus labios ascendieron mientras sus dedos se enredaban en su cabello. Siguió explorando su cuerpo, rozando deliberadamente la tela que los separaba. Con un movimiento experto, retiró la última barrera y comenzó a tocarla con movimientos lentos pero precisos. Carolina recibió cada caricia como un latigazo de placer, clavando sus uñas en su espalda, envolviéndolo con sus piernas. La cama crujió en protesta, los cuadros de la pared vibraron con cada embestida, hasta que finalmente todo se detuvo. Él se dejó caer sobre ella, ya pensando en otra ducha antes del trabajo. Después de despedirse con un beso, Richard cerró la puerta y respiró aliviado. No es que no le gustara Carolina -era hermosa, con un cuerpo que haría morir de envidia a sus amigos-, pero también estaba casado. El teléfono sonó. Por primera vez, deseó que fuera su jefa. No era ella. —Pensé que te habían matado. No me llamaste anoche —le reprochó su esposa. —Lo siento, es que... —intentó explicarse. —Veo que estuviste ocupado —a través de la videollamada, las marcas rojas en su espalda se reflejaban claramente en el acero inoxidable de la nevera. Nada se le escapaba—. ¿Te acostaste con tu jefa para sacarle información? —En realidad, con su mejor amiga —confesó con cautela—. Es la encargada del lanzamiento en París. —¿Y qué averiguaste? —preguntó con sorprendente calma. —Que estamos en más problemas de lo que pensábamos —admitió, esperando una explosión de ira que no llegó. —Las fotos que me enviaste... tienes razón. Son de una planta química. Probablemente lo produzcan allí. —¿Qué vas a hacer? —preguntó, intuyendo que no le gustaría la respuesta. —Tengo algunas ideas —hizo una pausa significativa—. Espero que hayas usado protección —colgó antes de que pudiera responder.