Visitas en la oficina

Richard revisaba documentos en el escritorio cuando notó una dirección recurrente en varias facturas de envío a un laboratorio. Un golpe en la puerta lo sobresaltó. ¿Denise? No, ella habría entrado sin anunciarse. Rápidamente fotografió los papeles y los guardó antes de abrir.

Una mujer cincuentona lo escrutó con mirada calculadora.

—Tú no eres mi hija —afirmó obviamente.

—Soy su asistente —respondió, analizando qué partes de su anatomía eran naturales y cuánto era quirúrgico.

—¿No eres muy mayor para ese puesto? —preguntó petulante, apropiándose del espacio—. Eres guapo. ¿Te acuestas con mi hija?

—¡No! —replicó con un gesto de asco.

—Hmm —resopló, aceptando su respuesta—. ¿Dónde está mi hija?

—Desayunando con la señorita Kai.

—¿Con Carolina? —él asintió—. Dile que estoy en el hotel de siempre y que espero cenar con ella —hizo ademán de irse—. Puedes venir tú también —hizo una pausa dramática— con tu hijo.

—Si tuviera hijos, no tendrían tan mal gusto —murmuró con desdén al cerrar la puerta.

**(...)**

La tensión en el auto era palpable. Denise movía el pie nerviosamente mientras Richard consultaba su reloj, ansioso por que la cena terminara antes de su próximo compromiso. Examinó la bolsa de regalo en su regazo.

—¿Era realmente necesario que viniera? —preguntó.

—Servirás de distracción para mi madre —respondió ella.

—No creo que le caiga bien. Quizá debiste contratar a alguien más joven.

—Para eso ya tiene a su servicio doméstico —el auto se detuvo frente al restaurante.

—¡Cariño! —la madre abrazó a Denise con exageración—. Hola —saludó a Richard como si fuera un mayordomo, tomando el abrigo que él le tendió. Él le entregó la bolsa con una sonrisa falsa.

—¡Qué detalle! Adoro tus productos —dijo sentándose—. Por eso no entiendo por qué me entero por otros de ese elixir celular que lanzarás en París.

—Sabía que tu visita no era casual —Denise bebió un trago largo de vino—. Lo siento, el producto aún no está listo. Tendrás que conformarte con este set.

—¿No puedes darle a tu madre una muestra exclusiva? ¿A la mujer que te dio la vida? —chantajeó.

—No, madre. Hablémos de otra cosa.

—Está bien —cedió de mala gana. Miró a Richard, absorto en su teléfono—. ¿De dónde sacaste a éste? —Denise puso los ojos en blanco—. ¿Te acuestas con él?

Richard tosió con su vino, pero siguió siendo invisible para ellas.

—No copio tu comportamiento, madre.

—Me recuerda a tu padre. Sufrí mucho cuando me cambió por esa... con sus tetas y culo falsos. Ahora yo también tengo silicona, pero mis matrimonios fracasan. ¿Sabes qué me falta?

—¿Un psiquiatra? ¿Electroshocks? —bromeó Denise.

—Belleza eterna natural. Y tú me la niegas. Como ese ingrato de Félix —Richard recordó al hombre de la choza—. Lo quise como a un hijo y así me paga.

—No te daré el producto. Nadie lo verá hasta el lanzamiento —Denise llamó al mesero—. Cancela mi pedido. Se me quitó el hambre.

Salieron del restaurante. El valet trajo el auto.

—Ya puedes irte —dijo Denise, subiendo sola y dejándolo plantado. El auto arrancó, impregnando su traje con olor a gasolina. Miró su reloj: aún tenía tiempo. Tomó un taxi.

—Al bar frente al aeropuerto.

**(...)**

El bar estilo western estaba lleno. Entre la multitud, distinguió una silueta rubia en la barra. Se acercó casualmente, pidiendo un trago.

—¿Richard? —Carolina lo reconoció. Él fingió sorpresa.

—¿Carolina, cierto? —la saludó con dos besos que rozaron sus labios deliberadamente.

—¿Qué haces aquí?

—Cena con Denise y su madre.

—Esa vieja loca —se rió—. Pero ellas siempre cenan en el centro.

—Quería un trago antes de casa —improvisó.

—Pobrecito. Esto merece unos shots —el barman les sirvió tequila. Ella tomó el suyo de un golpe.

—¿No tienes vuelo esta noche?

—Podría tomarlo mañana —sugirió, inclinándose para mostrar su escote—. ¿Qué quería la bruja?

—El nuevo producto de tu amiga.

—¿Juventud? —sus ojos brillaron— Denise es muy reservada con eso —su mano rozó su pierna.

—Se negó rotundamente. No sabía que fuera tan importante.

—Revolucionará la industria cosmética. Podría ser el único producto necesario —confesó, tomando otro shot.

—¿De qué está hecho?

—Si lo supiera, no podría decírtelo —se rió, alejándose—. Tendrías que torturarme.

—Conozco otros métodos —le susurró al oído, rozando su cuello con la nariz. El alcohol y la provocación hicieron efecto.

—¿Te invito a desayunar? —propuso.

Ella se lanzó a besarlo con voracidad.

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